"¿Dónde hallamos a Dios si siempre se mueve?", pregunta en algún momento el papa Benedicto XVI al todavía cardenal Bergoglio y éste le contesta: "En el camino". Y el argumento de "Los dos papas" trata precisamente sobre el camino hacia Dios que pueden elegir dos seres de mentalidad diferente. Creado originalmente por el escritor y periodista neozelandés Anthony Mc Carten, el guion que él mismo adaptó es el que da origen a la cinta que Netflix encargó al director brasileño Fernando Meirelles ("Ciudad de Dios").
La película centrada en jugosas conversaciones que la ficción de un creador armó en el papel, realizada inicialmente para la televisión, fue estrenada en un solo cine de Villa Devoto, al menos en Capital, repitiendo una característica iniciada con "El irlandés", también producida por la empresa de entretenimientos estadounidense.
Con fondos impecablemente reconstruidos o directamente filmados, y que abarcan la Santa Sede o suburbios de Buenos Aires, ver la increíble actuación de dos grandes del cine y el teatro como Anthony Hopkins y Jonathan Pryce es un privilegio.
Si la forma de enhebrar temas tan arduos como la razón y la fe a través del tradicionalismo ratzinguerano o el racionalismo de Bergoglio es un logro sin caer en el tedio o la complejidad, el mérito es el de actuaciones sobresalientes y un guion inteligente. Con picos de humor y picardía, que pueden darlo pequeños detalles, como las alusiones a la música de ABBA o la efervescencia de la afinidad común por el fútbol, el guión de Mc Carten demuestra que no por nada es autor de éxitos como "Rapsodia bohemia", "La hora más oscura" o "La teoría del todo" (también basados en sus guiones).
INOLVIDABLES
Detalles que se entroncan con el documental (momentos de la asunción papal y la cobertura de los medios) o las recurrencias al pasado (flashbacks), que muestran a un Bergoglio joven (Juan Minujín, muy correcto), y detalles de su actividad en villas, sumado a situaciones polémicas durante la dictadura, son resueltas exteriormente por no formar parte del objetivo final de la producción.
Pero lo que permanece de "Los dos papas" más allá de su excelente guion es esa creación que hacen los maestros Hopkins y Pryce. Si Hopkins fue un maestro de la perversidad y el intelecto en su caníbal exquisito ("Hannibal") o de la contención y el buen gusto (el mayordomo de "Lo que queda del día"), ahora como el papa Ratzinger, que parece prever a su sucesor, se convierte en un modelo de racionalismo a punto de eclosionar en una ingenuidad oscilante. Mientras Pryce, luego de encarnar filósofos irónicos y victorianos como Lytton Strachey en "Carrington" y al Perón de "Evita", sorprende con un Bergoglio tan nuestro, sorprendentemente terrenal.
Una producción ambiciosa y entretenida sobre certezas y laberintos de la fe y el materialismo en una sociedad compleja.