Católicamente correcto
La operación “lavado” de las figuras del Papa Francisco (Jonathan Pryce en el presente, Juan Minujín en el pasado) y quien claudicara al papado en el 2013, Benedicto XVI (Anthony Hopkins), es la primera marca que se expande en esta coproducción inspirada en una obra teatral de Anthony McCarten y que tras su estreno en salas comerciales llega a la pantalla caliente del popular streaming Netflix, bajo la dirección del brasilero Fernando Meirelles. Los dos papas parte de la idea de las charlas entre el cardenal Jorge Bergoglio y el Papa Benedicto XVI en 2013 y se entrecruza con la parte de la elección por parte de todos los candidatos a ocupar el cargo de Benedicto tras haber anunciado su claudicación, hecho que para la Iglesia Católica no ocurría en casi 600 años de historia.
Por eso, a todo el segmento donde Fernando Meirelles imprime cierto ritmo, con una cámara avanzando en pasillos y en rol de testigo de largas mesas o cónclaves, donde el nombre de Bergoglio se hacía fuerte, terminan por opacar gran parte de los otros dos tercios del relato donde la impronta teatral le gana a la puesta en escena, afecta el ritmo y sumerge finalmente a este encuentro real, pero con diálogos ficticios, en un pozo de lugares comunes.
Nada es más gracioso que ver a un Jonathan Pryce, bien caracterizado como Jorge Bergoglio antes de pasar a llamarse Papa Francisco, doblado al español porque la voz elegida lo aleja de cualquier atisbo de seriedad. No ocurre lo mismo con el polifuncional Anthony Hopkins, su inglés perfecto y una postura de hombre estricto que no puede conectarse con nada que lo aleje de su propia fe e incluso de sus crisis de fe compartidas en la intimidad de la charla a Bergoglio.
El devaneo de las charlas, ese mecanismo de relojería de mentes y dialéctica donde ambos se van conociendo y así marcando sus posiciones antagónicas al comienzo, sumado a los cruces de ideas distintas sobre el presente de la Iglesia Católica, su falta de respuesta ante conflictos de justicia social y su lugar dentro de los feligreses y de un mundo cambiante, se intercalan entre flashbacks como recurso narrativo para instalar en el pasado de Jorge Bergoglio todas sus vinculaciones con el contexto político de la dictadura argentina y su difuso vínculo con algunos personajes de esa etapa del régimen dictatorial. Esa idea deja establecido el propósito mayúsculo de esta película dado que para Benedicto no hay reservado ningún flashback más que sus brumosos recuerdos. La balanza inclinada para Francisco también es en cierto punto un guiño para el público argentino más que de otro país.
Esa liviandad y falta de profundidad en los verdaderos demonios internos que atraviesan el camino de la Iglesia Católica desde siglos y todavía hoy; y la manera de afrontarlos desde lo político con el Vaticano como institución autoindulgente, son uno de los botones de muestra de las limitaciones de este film que desde su discurso católicamente correcto aventura que el encuentro entre el papa saliente y el entrante fue el embrión para que la semilla del cambio hacia el progresismo de aquel Jorge Bergoglio hiciese el suficiente ruido para que tiemblen las estructuras más perversas del mundo.