Con el vértigo en la cámara y ofreciendo por momentos un registro de notable clasicismo, Los dos papas, de Fernando Meirelles, apela al conocimiento general de las figuras retratadas, desde la lograda composición de los protagonistas para desandar el encuentro entre dos hombres que sin saberlo, se necesitan.
Si bien la vida del ex cardenal Jorge Bergoglio ha sido llevada al cine y televisión con diferentes resultados, es tal vez “Los dos papas” el más acabado registro de aquello que el universo de la ficción puede construir como verosímil desde el artificio.
Meirelles toma manos en el asunto y detalla con precisión la vida de estos dos hombres, enfrentados por ideales, pero que en el fondo pudieron conectarse desde otro lugar para llevar adelante un plan que beneficiara a ambos y que trascendiera la mera sucesión obligatoria de mando.
Jonathan Pryce encarna a Bergoglio con oficio y dedicación, desde sus primeros días hasta la aceptación del rol trascendental que debería asumir tras la salida de Ratzinger del papado. Anthony Hopkins encarna al ex papa con preciosismo y precisión, ofreciendo, dentro de la coraza del personaje, humanidad y devoción, pero también debilidad y miedo.
Meirelles recorre la vida de ambos, y particularmente la de Bergoglio desde su juventud hasta asumir el rol de papa, organizando un fresco detallado sobre sus inseguridades alrededor de la vocación y sus aciertos y férreas convicciones.
Por momentos la narración reposa en diálogos únicos, ya impensados para otros intérpretes, en otros, cuando juega con la cámara, haciendo todo aquello que en las universidades y escuelas de cine se dice que no hay que hacer, la película se acerca a un registro documental que refuerza su verosímil.
La utilización de temas para nada imaginados para una propuesta de estas características, como así también el detalle de gustos y placeres mundanos de cada uno de los papas (Fanta naranja, pizza, tango, mate, fútbol), se construye el universo de “Los dos papas” con acumulación y simpleza.
Cuando Bergoglio le presenta, sin suerte, la renuncia a Ratzinger, y éste comienza a recordar su pasado, su novia, su casi propuesta de casamiento, su confesión inesperada, con planos clásicos, expresionistas, en blanco y negro, el film se despega de la biopic para transitar el camino del homenaje sin bronces ni eufemismos panfletarios.
La religión como gran tema, pero sin caer en la religiosidad, Meirelles logra atravesar la historia de Argentina, la más oscura, con algunas imprecisiones, pero con la seguridad de saber que la propuesta debe respetar el pasado para en la nostalgia fundar su presente.
A la bellísima fotografía de César Charlone, se le suma un vibrante y cautivante guion, que hacen de esta propuesta un entretenimiento de calidad y una lección de cine y actuación se mire por donde se la mire.