Mi casa es su casa
Esta sorprendente ópera prima de dos jóvenes más ligados al teatro que al cine, Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, se mueve con sutileza y ambigüedad en el complicado territorio de las diferencias sociales o de clase.
En Los dueños lo que prevalece es por un lado el punto de vista dividido entre la protagonista porteña Pia (Rosario Bléfari) y sus peones, en el contexto de una casa familiar ubicada en un campo venido a menos a cargo de un yerno poco esmerado con el trabajo y más atento a los negocios con la venta de animales a espaldas de su suegro.
El comienzo es contundente en cuanto a lo que el relato pretende desarrollar desde la mínima historia que da pie a pequeños apuntes sociales, sin subrayados estériles y muy precisos tanto en la descripción de los hechos como en la construcción de los personajes: la llegada de un auto a las inmediaciones de la casa irrumpe la tranquilidad de tres ocupantes (dos hombres y una mujer de mediana edad), quienes en ausencia de los propietarios usurpan la casa, así como utilizan todos los elementos en su interior aprovechando que nadie los controla ni se da por enterado en tanto no quedan huellas o indicios de la ocupación.
Mezcla de un impulso arrastrado por el resentimiento ante los propios patrones que tampoco tienen un trato amable o sencillamente como una expresión de deseo de pertenencia, la conducta de Ruben (Germán de Silva), Sergio (Sergio Prina) y Alicia (Liliana Juárez) no es necesariamente juzgada por los directores más que el resultado sintomático de una relación de poder que va intercambiando roles a lo largo de la trama. La ajenidad y la otredad juegan un rol clave en el relato donde también queda marcada a fuego la burguesía y su inconformismo representado en la figura de Pía y su hermana, pretexto por el cual ella llega al campo para asistir al casamiento de aquella mientras atraviesa una crisis personal y la necesidad de cambios en su rutina.
Los tiempos muertos, los planos con duración más prolongada y la distancia justa entre la cámara y sus retratados son manejados con solvencia en una puesta en escena que se concentra más que en el espacio en el detalle dentro del espacio, como reflejo distorsionado de esta dialéctica de ocupados y ocupantes, que en determinado segmento cambia de lado porque a veces es más fuerte la curiosidad para Pía y su ambigua relación con el entorno en un doble juego de amo y esclavo que se interconecta también con la represión del deseo sexual.
Los dueños dialoga intertextualmente con otras películas argentinas recientes por compartir un estilo descarnado y nada complaciente en el retrato crudo -sin ánimos de realismo ni idealizaciones- de sus criaturas como ocurre por ejemplo en Deshora o en menor medida en la reciente película Atlántida, presentada en BAFICI.