Una familia estigmatizada
“Los elegidos” es una combinación rara de terror y ciencia ficción en esta época en que el género está plagado de entes sobrenaturales y poderes paranormales.
La crisis económica de los Estados Unidos también se metió en las películas de terror y no sólo en el presupuesto sino también en el argumento. Pero sería demasiado injusto suponer que una ficción destinada a la rápida digestión masiva dice algo importante sobre la sociedad en la que surge. En todo caso, es más un síntoma que un diagnóstico, pero como bien saben los médicos los síntomas pueden ser muy interesantes.
Ya la combinación del género de terror con el de ciencia ficción que propone Los elegidos resulta bastante rara en esta época en que el género esta plagado de entes sobrenaturales y poderes paranormales. Sin embargo, revivir esa frúctifera paranoia de una invasión extraterreste, tan común en el cine clase B de los primeros años de la Guerra Fría, parece una buena ocurrencia para representar ese tipo de fuerzas que los hombres no pueden dominar. Lo que falla, por ejemplo, en Señales, de M. Night Shyamalan, aquí está planteado de un modo mucho más eficaz.
Nuevamente una familia, ese colectivo humano preferido del cine norteamericano, es el punto focal. Todo parece andar bien entre los Barret, tan bien como el barrio de clase media donde viven y que es presentado antes de los títulos en la película mediante una serie de escenas breves que son como un álbum repletos de clichés de la felicidad terrenal. Claro que las cosas podrían ser mucho mejores si el padre de familia no hubiera perdido el trabajo y si el hijo mayor no tuviera un amigo bastante extraño.
Es decir que el famoso modo de vida americano aparece amanazado desde adentro, no derrumbado aún, pero sí corroído, y es justamente a través de esas grietas simbólicas por donde tratarán de filtrarse los invasores de la casa de los Barret y llevarse lo que más quieren y los mantiene unidos.
Pero este planteo más o menos convencional es manejado con la suficente destreza por el director Scott Stewart y sus productores (los mismos de Actividad Paranormal y La noche del demonio) como para que la trama no se reduzca a un combate sin cuartel con los extrerrestres y se transforme en algo más sutil e inquietante.
Además del espesor psicológico de los personajes, especialmente el padre y la madre, colabora muchísimo la decisión de evitar los golpes bajos y los sustos repentinos (hay uno solo y está justificado). Y si bien no resulta memorable por la puesta en escena o los movimientos de cámara, sí logra narrar claramente una serie de episodios que sin embargo son interpretados de forma ambigua dentro de la misma historia y que no solo tensan las relaciones entre los Barret sino que también los convierte en una familia estigmatizada.