Días extraños
Los Elegidos abre, en la secuencia de créditos, con un montaje suave, una concatenación de planos y situaciones de los suburbios norteamericanos. Niños jugando en la calle, hombres lavando sus autos, mujeres haciendo las compras, perros retozando al sol, banderas yanquis. Y el cierre de esa secuencia inicial es con un travelling horizontal delicado que muestra todas y cada una de las casas que son, ni más ni menos, una igual a la otra (y una al lado de la otra), pequeños y medianos chalets de dos plantas con puerta y ventana al frente con el garaje a un lado.
Los Barret son una familia típica blanca de clase media algo acomodada, estereotipos de un modelo que la sociedad norteamericana gusta de exportar: papá, mamá, padres jóvenes-adultos profesionales con dos hijos varones, un niño y un adolescente. Pero sucede que algo no estaría funcionando del todo bien dentro de la maquinaria aceitada capitalista. Papá y mamá no tienen una vida sexual activa; papá no consigue trabajo y teme por el bienestar económico de su familia; mamá, que vende propiedades deterioradas, se despierta por las noches para ver a sus hijos dormir, y los niños no terminan de integrarse entre sus amigos. De repente, cosas extrañas empiezan a suceder dentro de la casa de los Barret, intromisiones que no parecen provenir de agentes externos como en un primer momento creían sino desde el corazón mismo de la familia. Miedos externalizados, fantasías de la privacidad violada, paranoia y terror a la mirada acusatoria del otro. Se suele decir que la normalidad de un comportamiento está vinculada a la conducta de un sujeto que no muestra diferencias significativas respecto a la conducta del resto de su comunidad. Pero, ¿qué sucede cuando el comportamiento de este sujeto empieza mostrar desavenencias con el resto de la comunidad? En general, esta persona suele ser aislada. Como paulatinamente les sucederá a los Barret.
Dentro del marco de una historia de género, una de invasión de extraterrestres en este caso, más cercana a Invasion of the Body Snatchers (1956, Don Siegel) antes que a Independence Day (1996, Roland Emmerich), Los Elegidos toma todos los elementos característicos de una típica película de terror o de ciencia-ficción, incluso coqueteando con los lugares más comunes de las producciones de los últimos años (cámaras de seguridad registrando el paso de las horas y la intimidad del hogar, niños que hablan con entidades para-normales y plasman el contacto en tétricos dibujos, etc.), para darlos vuelta y resignificarlos. Construyendo una pequeña historia, con personajes poco especiales (como efectivamente les dice un especialista en aliens en la película), el director Scott Stewart se las arregla para filtrar una visión oscura sobre el american way of life, como ya ocurría en Take Shelter (2011) de Jeff Nichols. Sin estridencias, subrayados u obviedades, dejando puntos ciegos donde el espectador se ve obligado a completar esos vacíos con sus propias experiencias y bagaje. Por caso, el derrotero interno del joven Barret (¿alguna coincidencia intencional en el apellido con el gran Syd Barrett?) que, atravesado por los conflictos de la adolescencia, sobre el final sufre de inexplicables e inquietantes visiones. O esos perturbadores primeros planos, que se acercan muy lentamente a los rostros confusos, demandantes de explicaciones, generando más extrañeza.
Sin dar respuestas claras (“la invasión ya sucedió”, dice el alien expertise), la película fluctúa entre una historia ordinaria sobre extraterrestres (aunque aquí no se termina de definir si los visitantes son hostiles o amigables, o incluso si existen) y una crítica socio-política que desnuda las fallas de una sociedad en continuo desmoronamiento (la crisis económica, la proyección de algo que uno no es, y los malestares, que fueran cuales fuesen, siempre -SIEMPRE- parecen resolverse con armas en los EE.UU.). Pero es en esa nebulosa donde la película gana en ambigüedad, en profundidad, convirtiéndose en una rara avis dentro una cartelera de cine cada día más previsible.