El presente film de ciencia ficción y suspenso de Scott Stewart -quien ya nos entregara obras como Priest o Legión de Ángeles- comienza con una frase de Arthur C Clarke: “Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo, o que estemos acompañados. Ambas son igualmente aterradoras.”
De los dos escenarios que esa máxima propone se elige transitar el segundo, la existencia de alienígenas en nuestro planeta. Pero en este caso su forma de materializarse no será la acostumbrada: no existirán ciudades reducidas a ruinas por grandilocuentes naves, ni rayos que desintegren a las personas convirtiéndolas en polvo. Muy por el contrario, la llegada de estos seres tendrá un carácter casi imperceptible, manifestándose en pequeñas alteraciones de la vida cotidiana que irán en un leve pero sostenido in crescendo.
Lacy y Daniel Barrett (Keri Russell y Josh Hamilton, respectivamente) son una joven pareja de los suburbios, tienen dos hijos y habitan una hermosa casa que aún no han terminado de pagar. De pronto cosas extrañas comenzarán a ocurrir en la casa de los Barrett: puertas que se abren sin explicación y alimentos apilados más allá de cualquier ley de la física llevarán a sus habitantes a cuestionar su propia sanidad mental. Más tarde los ataques y las anomalías se extenderán a los cuerpos de los miembros de esta familia, violentando su autonomía física y poniéndolos cara a cara con un temido enemigo, hasta ese entonces invisible.
Los climas creados por el director, como así también un medido uso del CGI, hacen de este film una interesante propuesta, diferente dentro de un mercado que ya nos ha aburrido de los recursos del falso documental y el excesivo artificio digital. Los Elegidos es una propuesta modesta que logra mantener la atención del espectador a través de una cuidada dirección de actores y una inteligente utilización de los recursos narrativos en el marco de un acotado presupuesto.
El titulo original del film, Dark Skies, tal vez esté más cerca de la idea general que sobrevuela la narración: el hecho de que la oscuridad albergue a ese enemigo que, sin grandilocuencia ni explosiones, sea tan inexorable como la muerte misma…