Llegó a las salas “Los espíritus de la Isla” (Banshees of Inisherin), una comedia dramática escrita y dirigida por Martin McDonagh que, con nada menos que 9 nominaciones al premio de la Academia, promete mucho. ¿Cumple?
Se cuenta la historia de Pádraic (Colin Farrell), un campesino de Inisherin, una remota isla irlandesa, y el fin de su amistad con Colm (Brendan Gleeson), que es un violinista y compositor que disfruta de animar con música a sus compatriotas al final de cada día de trabajo. El músico, un día cualquiera, simplemente deja de hablarle a su amigo, y ya no quiere pasar más tiempo con él. La letrada hermana del primero, llamada Siobhan (Kerry Condon), mientras tanto, intenta encontrar su lugar en un lugar inhóspito para un carácter curioso como el suyo. Todo esto es ambientado en 1923, durante una guerra que se escucha de lejos.
Lo primero que podemos destacar del film es la certeza de la comunicación en todas sus formas: las decisiones tomadas apuntan todas eficientemente a un mismo objetivo y mensaje. Un análisis más profundo permite entender el trasfondo y lo oculto en la repentina enemistad de Colm. Se tratan temas como la mortalidad, la lealtad, la piedad y la culpa, todos de una manera sumamente ingeniosa y que escala muy de a poco… adquiriendo, por momentos, cierta lentitud que no siempre enriquece a la pieza audiovisual. Es muy interesante la forma que tiene el guion de mostrar ciertos paralelismos entre la situación que viven Colm y Pádraic, y la guerra que ocurre no tan lejos de ellos.
Secundariamente, podríamos decir que las actuaciones, junto con el casting, son lo mejor del film. Farrell logra convertirse en un simple y entrañable solitario, y Gleeson en un tajante y taciturno jubilado. Son destacables también las performances de quien es la hermana de Pádraic (Condon) y de Dominic (Barry Keoghan), un joven del pueblo conocido por sus pocas luces y ser hijo del jefe de Policía; ambos se encuentran nominados para los Premios de la Academia a Mejores Actor y Actriz de reparto.
Las decisiones técnicas y estéticas que definen lo visual y auditivo resultan muy bien, dejando ver un lugar grisáceo, monótono y chato, con un leve grado de pintoresco para mantener el interés del espectador a flote. Las imágenes de los paisajes naturales son imponentes, insuperables. Los efectos especiales cobran cada vez más importancia, a medida que la cinta avanza y las intenciones de los personajes se agravan. Tanto el vestuario como el maquillaje son muy efectivos, junto con la dirección artística, a la hora de ubicarnos en tiempo y espacio.
Por último, es necesario aclarar que el humor que se maneja no es para cualquiera. Incluso se podría decir que, por momentos, la trama adquiere más características dramáticas que comédicas, armándose así chistes íntimos e irónicos, muy cercanos al público - o distantes, dependiendo de cómo aterricen en cada persona.
Personalmente, debo decir que la película es muy buena, pero no es de mi gusto - en mí, aquellos chistes quedaron distantes, y ese humor tan ácido no encendió mi interés. Si, por el contrario, aquella impronta es de tu agrado, mi recomendación es que la veas en el cine, para aprovechar al máximo la exquisita fotografía, pero solamente si conocés al director y su tan definido estilo.
Por Carole Sang