Me senté a ver este estreno sin saber qué esperar, pero con el buen dato de la nominación al Oscar.
Bajo ningún punto de vista imaginaba que me iba a reír tanto y quedar totalmente atrapado por la atmósfera que plantea Martin McDonagh.
El director ya nos había sorprendido con su film anterior: 3 anuncios por un crimen (2017), lo cual habla de un buen promedio a nivel carrera.
Algo que destacaré aquí es que nos encontramos ante una comedia negra y una muy poco convencional ya que se sitúa en 1923 en una isla ficcional perteneciente a Irlanda (en ese momento en plena guerra civil).
A los espectadores nos meten de lleno en la relación entre dos amigos, cuando uno decide romper lazos con el otro de manera unilateral.
Aquí es donde nos enamoramos de un genial Collin Farrell, quien no acepta la nueva situación. Y de un apabullante Brendan Gleeson, quien impone el nuevo status quo.
Ambos comienzan una danza que no tiene sentido alguno desde un punto de vista objetivo en cuanto a lo que se proponen y logran, pero que tiene perfecta lógica en ese mundo que nos quieren vender.
Todas y cada una de las miserias humanas quedan al descubierto, así como también algunas de las virtudes de nuestra especie.
Es por ello que podemos encontrar correlato e identificación.
Pero esto sucede clave humor -negro- exacerbado y el tercer gran personaje (la isla) es lo que le da el "toque".
Amén de que el resto del elenco también la rompe.
La soledad, la salud mental y las aspiraciones son los tres grandes ejes temáticos, que son retratados de la manera más original y aquí reside la grandeza de este film.
Los espíritus de la isla es una gran película, una propuesta diferente digna de temporada de premios y más que digna de ser descubierta en el cine.