Martin McDonagh (Londres, 1970), responsable de los premiados films “En Brujas” (2008) y “Tres Anuncios para un Crimen” (2017), regresa a la gran pantalla con el que representa su cuarto largometraje. En “Los Espíritus de la Isla”, una de las principales candidatas para la próxima entrega de los Premios Oscar, nos encontramos con una tragicomedia negrísima, posible de ser interpretada a modo de fábula, y firmada con mordacidad.
Situada en Irlanda, tierra de guerra entre hermanos de cercanas geografías, por los siglos de los siglos, la historia ha mostrado que la violencia elige prevalecer. Amigos o familia de sangre, quienes poseen un fuerte tejido conector y la misma idiosincrasia, no se han encontrado en esta vida para propiciar la enemistad. O al menos, no deberían. Pensémoslo de nuevo. De la noche a la mañana, algo podría cambiar y las circunstancias transformarlos en enemigos a muerte. Simplemente solo porque ‘el otro’ aburre. ¿Esperábamos una respuesta más inteligetne? La pregunta que ante nosotros se pronuncia exhibe suficiente elocuencia: ¿hasta cuándo uno está dispuesto a dañarse para hacerle un mal al prójimo?
El film representa una rencilla pueblerina -acaso esta historia mínima- como si se tratara de la punta del iceberg de un nivel de intolerancia que crece, exponencialmente, a escala nacional. McDonagh se mueve de un género a otro, con notable ductilidad. En una breve fracción de tiempo, la paz mutará en desenfrenado encono, aunque el nivel de agresión no alcance el tono desbordante de “Siete Psicópatas” (2012). Los enormes Colin Farrell y Brendan Glesson se pierden bajo la piel de sus personajes. Casi no podemos reconocerlos, y eso es lo que hace a dos actores grandes de verdad. Una amistad partida, una honestidad brutal, absoluta, que derrumba las expectativas de otro. Argumentos nimios, e insostenibles justifican el punto de uno de ellos, mientras el desconcierto se apodera de su contraparte. ¿Pero, a fin de cuentas, quién es quién para cuestionar principios?
Máscaras teatrales adornan una humilde casa rural, porque el ser humano porta su disfraz y las emociones saben cómo esconderse fácilmente. Mientras tanto, el simbolismo cobra una obvia referencia. El relato, ambientado a principios del siglo XX, recurre a una fonética del inglés propia del lugar, aspecto que otorga un matriz pintoresco extra a la propuesta, poniendo especial énfasis en las aspiraciones de vida y en la soledad existente en el corazón de unos personajes incomprendidos, desolados y grisáceos. Dos espectros qué pueden verse uno a otro, dos almas en pena (banshees) tal y como el título original refiere (Inisherin) en mención a la educación geográfica en dónde transcurre el enfrentamiento. La exquisita dupla repite década y media después de la originalísima y mencionada “En Brujas” (la precoz consagración del cineasta, en su ópera prima); tanto Farrell como Glesson consiguen sendas nominaciones al Oscar, las primeras de sus respectivas carreras; hito más que merecido.
Situado en la cima del panorama cinematográfico mundial para cierta corriente crítica, y a pesar de su breve trayectoria, lo que ven quienes miran con buenos ojos a McDonagh es su contundencia. Considero que la misma está ligeramente sobrevalorada. Tornándose en extremo lenta y reiterativa en su desarrollo, poco más tiene para ofrecernos la modesta “Los Espíritus de la Isla”. Apenas algo de vuelo poético en la consumación tragedia matiza la aceptación impostergable de la propia condición humana.