Colm Doherty es un músico de la isla irlandesa de Inisherin que, de la noche a la mañana, decide ignorar a su eterno compañero de copas, Pádraic Suilleabahin. En ese enclave todo es conocido, las caras son siempre las mismas y las guerras de la independencia irlandesa de comienzos del siglo XX son un eco lejano. Empero, más allá de ese vínculo de taberna, todo pareciera alejar a los amigos: Colm intenta cultivarse en las artes para componer melodías y vivir una existencia enfocada en los planes “importantes”, mientras que Pádraic es un joven inquieto y de pocas luces, con un corazón que lo hace ser querido por todos los habitantes de la isla. Pádraic no soporta que Colm lo ignore y reclama constantemente su atención hasta que llega una advertencia: cada vez que intente hablar con él, Colm se cortará un dedo.
Es entonces cuando el honor vence a la empatía, el rencor se exacerba por sobre la amistad y el interés muta: cada vez resulta más importante la resistencia que las razones que contribuyeron al estado de situación. Martin McDonagh añade a la historia una serie de personajes secundarios que exacerban el pulso contenido de una sociedad presa del desencanto, como el sórdido y violento policía local Peadar; su hijo Dominic, que busca escapar de él; la hermana de Pádraic, Siobhán, cuya vía de escape son los libros y hasta la señora McCormick, la anciana que preanuncia tragedias como el curso de los vientos que golpean las ventanas de la taberna –como las banshees folclóricas del título original– donde se esconde la adicción al alcohol de una sociedad como su vía de escape.
Pero por sobre una reflexión relacionada a cuestiones como la amistad y el egoísmo, la original narrativa de McDonagh descansa en una mirada sobre cómo el fantasma de la guerra convierte en sombra al espíritu humano y el modo en el que un terruño, merced a repetidas obsesiones, se transforma en un espacio cerrado modificando el horizonte en una rigurosa frontera. Donde cualquier realizador ahondaría en el drama, el cineasta convierte a Los espíritus de la isla en un relato que, hasta cierto punto, avanza a paso de humor negro e ingenio y cuando, asimismo, el espectador se confía en el hábil contrapunto de situaciones, todo cambia para recordar que los pesares de esos hombres siguen existiendo y que, además, no existe el drama con humor.
El realizador se vale de un tratamiento cinematográfico donde la belleza visual no esconde una austeridad formal, lo que permite que la ligereza juegue con la profundidad de manera constante, y el juego de situaciones asimismo explicite los sentimientos contradictorios del dúo protagónico. Lo consigue gracias al peso propio de dos grandes intérpretes que ya habían compartido cartel en su célebre Escondidos en Brujas, demostrando una química actoral casi perfecta. Aquí, Colin Farrel, como Pádraic, y el Colm de Brendan Gleeson resultan perfectos con su exponencial imbricación en un conflicto inútil que muestra sus rostros compasivos y perversos, serenos y coléricos, bondadosos y malvados casi sin pausas para una sofisticada historia que, pese a algunas reiteraciones, descansa en los trazos más simples la enunciación de su oscura ironía: las mejores intenciones pueden conducirnos al peor de los infiernos.
Fábula sobre el fin de una amistad enmarcada en el trasfondo de una guerra que de general y distante pareciera volverse doméstica en el áspero ida y vuelta de sus protagonistas, la crudeza con la cual McDonagh entrega una reflexión sobre el ciclo de la vida contribuye a convertir a Los espíritus de la isla en una ingeniosa y melancólica parábola sobre el desencanto. La originalidad de su tratamiento hace que su historia -repetida desde Caín y Abel, con su enseñanza sobre las consecuencias de los actos- sumada a la perfecta amalgama emocional de sus protagonistas brinda uno de los mejores trabajos de Martin McDonagh. Esos contrapuntos envuelven al espectador en las volcánicas sensaciones de un dúo protagónico magistral, que va desde la ligereza del ingenioso divertimento a la reflexiva profundidad emocional solo presente en los grandes relatos y en las grandes obras.