Ser slasher hoy
El cine slasher, a este punto de las relecturas de sus obras (desde Halloween, la madre del género, hasta otras más discretas) ya no presenta aires de novedad, tan solo se percibe un aroma parecido a ello cuando se critican, de manera autoconsciente, los códigos en que se encabalgan esas películas. Hace dos décadas se estrenó Scream: Vigila quien llama, una película que a modo de metadiscurso construía los puntos narrativos y las recurrencias de este cine sobre un personaje habitualmente enmascarado (o con la cara cubierta) que perseguía con algún arma blanca a un grupo de adolescentes. Una década más tarde del film de Wes Craven apareció Los extraños de Bryan Bertino, un ejemplo indie de corte angustiante que aprovechaba los recursos del cine de encierro en una historia sobre una pareja aterrorizada por tres psicópatas enmascarados (dos mujeres y un hombre) que, sin una razón, buscaban entrar a su casa para matarlos.
Pasó una década entre la obra de Bertino y su secuela Los extraños: Cacería nocturna; mucho tiempo si pensamos en la potabilidad de una franquicia a la vista de su estructura, especialmente por haber resultado un pequeño gran éxito. Podemos considerar LECN tanto una secuela como un reinicio de esta historia. Aquí, una familia debe mudarse temporariamente a un pequeño pueblo balneario (escenario habitual en el slasher) que se encuentra fuera de temporada, por lo tanto vacío y dispuesto convertirse en campo abierto para los asesinos. Como en el film anterior, el trasfondo de los personajes solo se elabora para darles una cierta dimensión a la hora de la supervivencia, momento en que el guión es dejado de lado como si fuera basura.
LECN exhibe dos puntos fuertes. En primer lugar, el pueblo se erige como un laberinto por el que circulan remolques idénticos entre sí, dando una sensación de circularidad que asfixia a los personajes. También se advierte una estrategia algo kitsch en el uso de los colores pasteles, recurso que llega a su clímax en la mejor escena de la película, cuando dos personajes se enfrentan en una piscina al ritmo de Total Eclipse of The Heart de Bonnie Tyler. En segundo lugar tenemos una cierta legitimación, otorgada por la leyenda: “Basada en hechos reales”. Tal frase da rienda suelta a la tensión del verosímil de una narración, pues si lo que se nos muestra, en mayor o menor grado, sucedió realmente, entonces no queda otra que aceptarlo. No obstante, esa leyenda no siempre se ajusta a una verdad, sobre todo en los films del género que nos ocupa. Lo importante, en suma, es la impresión de la frase en la pantalla, como una suerte de inmunidad para aceptar el relato.
Consciente de sus limitaciones, esta nueva entrega busca generar tensión. Su estrategia la ubica en una vereda opuesta al cine de terror más preocupado por asustar a partir de lo explícito y hasta pornográfico, un estilo que se prolongó hasta hace unos años y hoy parece extinto o limitado a los márgenes de las plataformas digitales. Un ejemplo de los intereses que definen las ideas de LECN se aprecia hacia el final, con un homenaje preciso a uno de los mejores planos de la carrera de John Carpenter (ya por esto merece ser disfrutado en una sala de cine). Amén de sus dificultades (en el guión, en algunas situaciones dramáticas, en un puñado de diálogos), esta secuela o remake dirigida por Johannes Roberts mantiene el espíritu original de causar miedo a través de la nobleza de la tensión y no de los golpes de efecto.