Matar a la secuela.
Si hay algo que logra esta innecesaria secuela o relectura de aquella interesante Los extraños (2008), cóctel entre cine de los ’70 y sadismo moderno que generaba muy buenos climas de terror y suspenso, precisamente aquí no sorprenden ni siquiera en el intento de encontrar algo de creatividad a una historia donde la motivación de tres psicópatas adolescentes no es otra que gozar con los asesinatos de personas que ocupan un espacio y tiempo.
En este caso, un parque de casa rodantes, refugio de una familia tipo constituida por papá, mamá e hijos adolescentes. La muchacha rebelde (Bailee Madison) a un paso de terminar recluida en un internado porque sus padres jóvenes (Christina Hendricks y Martin Henderson) no saben manejarla.
A la apacible tranquilidad familiar se le interpone primero un dudoso y extraño llamado a la puerta, entre la oscuridad una muchacha busca a una tal Tamara y genera el desconcierto y una incipiente entrada de tensión al relato que nuevamente apela como en la original al in crescendo con la acumulación de detalles y secuencias que nunca llegan al clímax.
Ese no es un defecto en sí mismo pero sí lo es la falta de consistencia en el guión, el efecto del drama de los personajes acechados por los tres psicópatas de turno no es suficiente a pesar de aparecer la violencia y el enfrentamiento cara a cara, o mejor dicho, rostro a careta. Elemento que perturba pero que termina cansando al público cuando la película se estanca y no logra tomar vuelo en cuanto a la historia que se resume en un ejercicio de estilo, sadismo y guiños cinéfilos para gusto de los seguidores del cine de género de otras épocas.
La segunda de Los extraños, igual que sus perversos asesinos logra matar todo tipo de secuela. ¿Queda claro que con una alcanzaba, no?