Los ochenta matan
Inspirada en el sorpresivo éxito de 2008, Los extraños: Cacería nocturna (The Strangers: Prey at night, 2018) es una película que explora lugares comunes del género tratando de plasmar una identidad particular que reposa en la añoranza de la década del ochenta.
Recuperando algunos puntos y conflictos de la primera entrega (los golpes en la puerta, las máscaras de los asesinos, la soledad de los protagonistas, el acero de los cuchillos), en esta película será una familia, y no una pareja, la que verá cómo su vida cambia de un momento a otro por un capricho del destino y de un grupo de personas aparentemente desquiciadas.
Recién llegados a un lejano pueblo, más precisamente a un pequeño refugio para habitantes de trailers, y tras no dar con el paradero de una tía que les dará asilo por unos días, la familia compuesta por un matrimonio y dos hijos adolescentes, comienza a ser acechada por un trío de enmascarados que no les darán tregua alguna.
Johannes Roberts (A 47 metros) construye, a partir de escenas trilladas, ya vistas mil veces en otras producciones, la chance de reinventar un subgénero que justamente en la reiteración de lugares comunes encuentra su sentido. A la previsible trama, el director comienza a desviar la atención hacia otros lugares. Con habilidad, musicaliza escenas con hits de los ochenta (Total eclipse of the heart) convirtiendo así a Los extraños: Cacería nocturna en un slasher vigoroso que potencia sus estereotipos a partir de una sólida narración.
El fuera de campo será el otro motor de la historia, aquello que Roberts decide no mostrar, es casi o más aterrador que cada uno de los acercamientos con los disfrazados asesinos, allí encuentra la materia prima para su historia. Aun, a pesar de esta obviedad, no importa que se sepa de antemano cada uno de los sobresaltos a los que el espectador estará expuesto, ni que mucho menos los protagonistas corran en cámara lenta cuando es inevitable que el cuchillo del asesino esté cada vez más cerca de ellos, al contrario, el placer del género va resolviendo con una plasticidad única la disolución de cualquier intento de abandonar la hipnótica y obvia trama en alguna parte del relato.
Roberts va de menos a más, intercambiando el centro de la acción entre los protagonistas, generando una especie de película coral que amplía su estructura al multiplicar y alternar el foco principal de la atención y sus consecuencias inmediatas. Así como en su película anterior, en la que trabajaba con elementos comunes en el cine, y reutilizando el mito de la bestia, que en esa ocasión amenazaba a una mujer desesperada por su vida, en esta oportunidad esa desesperación genera el conflicto principal para empatizar con los protagonistas y sus inexplicables encontronazos con la muerte.