Los Fabelman es un proyecto pasional de Steven Spielberg que gestó a fines de los años ´90 y toma el recurso de la semi-biografía para narrar los orígenes de su vocación y la historia de su familia.
Queda la impresión que si el mismo relato de ficción no estuviera relacionado con la vida de uno de los cineastas más importantes de los últimos 50 años esta propuesta no hubiera acaparado la misma atención ya que resultó más genérica de lo esperado.
A no confundirse, es una buena película con algunas pinceladas de genialidad pero dentro de esta temática no ofrece la misma experiencia memorable de Casi Famosos (Cameron Crowe) o Días de radio (Woody Allen).
Cuesta imaginar que este film con el paso del tiempo adquiera estatus de clásico o se lo destaque entre los títulos esenciales de la filmografía de Spielberg.
Los Fabelman encuentra sus mejores momentos en todas esas oportunidades donde la trama se concentra en la pasión por el cine y el espíritu creativo.
En ese sentido no es casualidad que la secuencia más celebrada de esta producción sea la soberbia escena que aporta Judd Hirsch (Día de la independencia) como el tío del protagonista, que nos regala el fragmento más inspirador del relato durante los 151 minutos de metraje.
Escenas donde vemos a Sammy Fabelman (el alterego de Spielberg) gestar sus primeros cortos que representarán las semillas creativas de los que más tarde serán en la vida real obras maestras del cine o el modo en que utiliza el arte para canalizar sus angustias personales integran también los grandes momentos del espectáculo.
Lamentablemente gran parte del film luego se concentra en desarrollar un melodrama extremadamente indulgente y sentimental, digno de una película de Lifetime, con todos los clichés mundanos del coming of age que resulta menos apasionante.
El foco de atención se encuentra en la desintegración del matrimonio de los Fabelman y las repercusiones emocionales en tuvo en su hijo.
El segundo acto del film funciona como un collage de viñetas donde Spielberg aborda diversas temáticas como el bullying, el antisemitismo y el despertar sexual sin una cohesión definida.
La película vuelve a cobrar fuerza cada vez que se concentra en la pasión por el arte de contar historias, que aporta una gran secuencia final con una participación especial de David Lynch en el rol del director John Ford.
Dentro del reparto Paul Dano y Gabriel Labelle (el protagonista) ofrecen interpretaciones muy sólidas mientras que Seth Rogen sorprende gratamente con un rol más serio de los que suelen ser habitualmente sus personajes.
Por otra parte, una sobreactuada Michelle Williams genera una distracción permanente con la clásica mujer sufrida que suele abundar en su filmografía y cuya excentricidad en este caso parece pertenecer a otra película.
Si nos dejamos llevar por la lógica de los miembros de la Academia de Hollywood probablemente obtenga un premio Oscar.
No es un dato menor que Los Fabelmans reúne a todos los colaboradores clásicos de Spielberg, donde sobresalen la labor de Janusz Kamisnki en la fotografía, la edición de Michael Khan y la música de John Williams, quien aporta una banda sonora más intimista que se acopla a la perfección con el tono de la historia.
En lo personal no me voló la cabeza esta película, pero no deja de ser una propuesta amena para disfrutar una vez más a uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo en la pantalla grande.