Parece ser una constante entre los directores consagrados que, llegado a un punto avanzado de sus carreras, deciden mirar para atrás y observar con detenimiento el camino recorrido que los llevó hasta ese punto. Obviamente, que cada relato tendrá la visión de su autor, al mismo tiempo que cada historia tendrá una aproximación diferente.
En los últimos años tuvimos varios ejemplos de esta cuestión que estuvieron poblando la pantalla, y comprendiendo tanto una carta de amor al cine en general como a sus familias y a los hechos personales que volcaron a los cineastas a involucrarse en el séptimo arte. Quizás podríamos decir que esta tendencia la inició Alfonso Cuarón con su desgarradora y muy personal «Roma» (2018), que describía su infancia en México al mismo tiempo que representaba un homenaje a las mujeres que lo criaron. Un año más tarde, Martin Scorsese nos deleitó con «The Irishman» (2019) que, si bien no decide meterse en un terreno autobiográfico como el film anterior, sí logra tocar varias de las temáticas que tanto le obsesionaron al director de «Taxi Driver» durante toda su carrera para otorgarnos un relato trepidante y con una madurez inusitada donde el propio director emplea la auto referencialidad para hacer una especie de recorrido de toda su filmografía/carrera. Ese mismo año, Quentin Tarantino nos ofreció una mirada intermedia entre la de Cuarón y Scorsese, para erigir «Once Upon a Time in Hollywood» (2019), una suerte de fábula cinematográfica que rinde homenaje al cine en general y también al Hollywood de fines de los años ’60, una de las grandes fuentes de inspiración de Quentin, con la cual el director parece tanto rendir homenaje como reflexionar internamente sobre las influencias. Al mismo tiempo trabaja esa auto-referencialidad con una mirada nostálgica sobre el cine que disfrutó desde temprana edad. Por último, en 2021 el director irlandés, Kenneth Branagh, realizó un ejercicio cinematográfico similar al de Cuarón pero priorizando una mirada más amable, aunque igualmente conmovedora, con «Belfast», relatando su infancia en la Irlanda del Norte de los ’60 y reflejando el contexto político de la época a través de los ojos de un niño.
Ahora le toca el turno a Steven Spielberg, que a sus 76 años decide deleitarnos con «The Fabelmans», una película semi-autobiográfica que describe su infancia y su juventud. El largometraje se sitúa a fines de los ’50 y principios de los ’60, y se centra en el alter ego del propio director Sammy Fabelman (Mateo Zoryan en su versión de niño y Gabriel LaBelle en la más juvenil), que influido por su excéntrica madre artista (Michelle Williams) y su más rígido padre ingeniero informático (Paul Dano), comienza a sentir una profunda atracción por el arte cinematográfico. Es así que comienza registrando pequeños encuentros familiares, vacaciones y demás momentos cotidianos hasta que comienza a explorar mediante la ficción junto con sus amigas y sus hermanas. El poder narrativo de las películas lo ayudarán a lidiar con secretos familiares al mismo tiempo en que emprenderá su camino descubriendo/forjando su propia identidad.
Como bien sabemos, la infancia siempre ocupó un lugar central en varios de los grandes clásicos que nos dio Spielberg a lo largo de su carrera, por ello no llama la atención que su propia historia personal, sea un coming of age centrado en sus comienzos más que otra porción de su vida. Lo interesante es ver cómo Spielberg hace gala de todos sus recursos como autor para otorgarnos uno de los relatos más emotivos de su carrera. Su mirada respecto a sus comienzos es realmente madura y emocionante, y no representa un drama familiar más (como bien podría ser en algún sentido el film de Branagh que mencionaba al comienzo). A su vez, resulta destacable que estemos ante un film sin «villanos», sino que los mismos personajes se muestran, por momentos, como fuerzas antagónicas u opositoras al de nuestro propio protagonista, sean familiares o allegados del mismo que presentan sus virtudes y defectos como personas. Estos convierten a la película en algo con lo que el espectador pueda llegar a sentirse identificado o empatizar.
Por otro lado, además de la madurez de Spielberg como narrador, que es algo innegable, también podemos ver cómo con este relato se resignifican varias de sus películas y de sus decisiones como director y productor. Uno puede entender mucho más a partir de «The Fabelmans», a las familias o figuras allegadas (tanto maternas como paternas) que aparecen en otros relatos del director como «Close Encounters of the Third Kind» (1977) a modo de poner un ejemplo.
Asimismo, Spielberg sabe siempre rodearse de los mejores colaboradores para cada ocasión, y en esta oportunidad parece que la decisión también tuvo que ver con lo sentimental de cierta forma. El principal colaborador que vuelve y sin el cual ni esta película ni la mayor parte de la filmografía de Spielberg sería igual, es el enorme John Williams que nuevamente compuso la banda sonora original del film, sellando lo que son cerca de 50 años de trabajo en conjunto. Janusz Kaminski se encargó de la dirección de fotografía del largometraje, con quien viene trabajando casi ininterrumpidamente desde «Schindler’s List» (1993). Y, por otro lado, Tony Kushner fue el responsable de coescribir el guion junto a Spielberg, otro que fue una pieza fundamental en varias películas del director y que en este film tuvo el difícil trabajo de hacer que los recuerdos del director y la historia real se presente de forma cinematográfica al mismo tiempo en que supo manejar los cambios de tono entre el drama y los momentos cómicos de manera acertada.
Respecto al elenco y al casting, sabemos que Spielberg tiene un ojo privilegiado para darle el papel indicado a cada intérprete, y esta vez no fue la excepción. Sabiendo que cada personaje estaba inspirado en un familiar real de Spielberg y teniendo que llevar eso a buen puerto cada actor/actriz del elenco fue perfectamente seleccionado, dando como resultado una estupenda labor de prácticamente todos los involucrados, destacando principalmente a Michelle Williams y a Paul Dano como los padres del artista que representaban opuestos claramente diferenciados. Seth Rogen también merece una mención especial como Bennie, el mejor amigo y socio del padre que cumple un rol preponderante en la vida de Sammy Fabelman. Párrafo aparte merece Gabriel LaBelle que tuvo la ardua tarea de componer al mismísimo Spielberg al mismo tiempo que fue dirigido por él en esta especie de biopic, mostrando que tiene un enorme futuro por delante como actor y que una vez más Steven dio justo en la tecla seleccionando a un joven talento.
«The Fabelmans» es una película realmente emocionante que muestra a uno de los mejores narradores del cine en plena vigencia y uso de sus facultades a los 76 años de edad. Un film que tiene ligeros toques de «Cinema Paradiso» (1988) y de esos films de la tendencia autobiográfica que mencionaba al principio, pero con un carácter singular que solo el propio Spielberg puede brindar.
Más allá del hecho catártico que trae aparejado el relato y de esa noción de volver sobre el camino andado que incluso se resignifica de forma sublime al ver al Spielberg actual tratando de recrear sus primeros cortometrajes en Super 8 tratando de imaginar esa mirada amateur evitando corregir aquellos intentos, la película en sí, es un drama familiar más que sólido que tiene el plus de ser la historia personal de uno de los directores más grandes de la historia.
Un film sumamente emotivo, un testimonio cinéfilo de primera mano de su autor y una película inolvidable.