Una vez más, la empresa Disney tira la casa por la ventana en esta costosa adaptación del clásico de Charles Dickens, “Cuento de Navidad”. Aunque durante mucho tiempo se consideró buena parte de su obra apta para niños, sus textos, de lo más descarnados, hablaban siempre de la lucha de clases y mostraban a los ricos y poderosos como monstruos que ponían los pelos de punta. En esta “nouvelle”, que transcurre en la época victoriana, Ebenezer Scrooge es un anciano tacaño y egoísta que reniega de la Navidad y trata sin piedad a todo el mundo, especialmente a su empleado Bob. En vísperas de las fiestas, recibe la visita de un misterioso espíritu, el de su antiguo socio y amigo Jacob Marley, quien le trae una inquietante profecía acerca de su futuro si no elige cambiar esa personalidad atroz y acceder a alguna forma de redención. Scrooge no sabe si se trató de una pesadilla, pero el desafío está en pie. Robert Zemeckis siempre se hace cargo de empresas enormes, y sale airoso. Realizado con el sistema “3D Perfomance-capture”, el director trabajó de manera similar a la que había utilizado en “El Expreso Polar”. No es una película de animación tradicional. Los actores fueron equipados con cascos con cámaras, maquillaje y trajes especiales, para que todo pudiera ser leído y procesado luego por ordenadores de última generación y transportado a imagen digital. El resultado, en términos visuales, es fascinante. Jim Carrey, además del pérfido Scrooge, se hace cargo de otros siete personajes en un alarde de histrionismo. Lo que está a la vista es de veras deslumbrante.