Una feliz Navidad digital
El clásico relato de Dickens termina por perder fuerza con la animación 3D.
Tal vez no haya historia más adaptada que Cuento de Navidad (A Christmas Carol), de Charles Dickens. Bueno, la factoría Disney arrima una más: a punto de cumplir 166 años, el cuento que narra la redención de Ebenezer Scrooge, un viejo prestamista, tacaño y amargado, que aborrece la Navidad y durante una noche recibe la visita de tres fantasmas que lo hacen cambiar radicalmente de opinión, tiene una tachadura nueva en su larga lista de versiones. Esta vez, quien se encarga de contar la historia es Robert Zemeckis. Para hacerlo, utiliza –como en la también navideña El expreso polar y en la épica Beowulf – la técnica de captura de la interpretación. Más proyección en 3D digital “con anteojitos”, algo que, se sabe, es para los grandes estudios algo así como la última gaseosa del desierto, una nueva oportunidad que se le presenta a la industria del cine para deslumbrar muchedumbres.
A lo largo de muchísimos años (la primera adaptación de Cuento… data de principios del siglo XX) Scrooge tuvo mil caras y voces. Apareció en teatro, cine, televisión, caricaturas, dibujos animados y discos. La multiplicidad de registros es acorde a los alcances de la obra de Dickens, una exploración sobre la naturaleza humana y todas sus aristas: la bondad, la ambición, el egoísmo, la avaricia, la maldad y el arrepentimiento, envuelta en una pintura implacable de la Londres de mediados del siglo XIX, allí donde reinaba la injusticia social, atada como estaba a los dominios de una sociedad patriarcal y con la Revolución Industrial como telón de fondo.
Todos estos son aciertos literarios, que corresponden al arte de Dickens y no al film. Porque, ¿qué hace Zemeckis con esta historia archiconocida que lleva un siglo y medio como emblema? Por un lado, muestra respeto por la obra original, replicando –como bien apunta el crítico A. O. Scott en el New York Times– diálogos que dan real dimensión del personaje y de la época que se quiere retratar. No hay inocencia de su parte en esta elección: muchas de las cosas que Scrooge piensa –y dice- no es difícil verlas multiplicadas hoy mismo, aquí, allí y en todas partes. Y esa decisión formal se estira a los Fantasmas de las Navidades Pasada, Presente y Futura, esos espectros sólo en apariencia diferentes entre sí, abocados durante toda una noche a transformar el alma de un hombre enfermo de rencor y avaricia (atención al Fantasma de la Navidad Futura, bastante tétrico para una película que apunta en gran medida al público infantil) en un espíritu que aprenda a tomar el camino de la bien y la generosidad.
Méritos de Dickens, no del film, cuyo problema es técnico. Así como la captura de interpretación permite desplazamientos y trucos imposibles de realizar por seres humanos, es también una prisión para los alcances expresivos de los actores que se prestan a la “transformación” digital. ¿Para qué convocar a Jim Carrey (que realiza el papel de Scrooge y varios más), Gary Oldman, Colin Firth o Bob Hoskins si van a quedar reducidos a meras caricaturas? Lo mismo sucede con algunas de las situaciones donde Scrooge es conducido por los fantasmas durante la nevosa noche londinense, que le agregan a la película una gracia hija del artificio que le hace perder espesura a la trama, aligerándola para el lado de lo fantástico. Un ejemplo de ese notable –y poco satisfactorio– contraste: Scrooge derrapando cómicamente entre los tejados londinenses y, acto seguido, observar su horror ante la pobreza encarnada en esos niños que el huesudo Fantasma de la Navidad Futura le enrostra.
La proyección en 3D no molesta. Su uso se conoce de antemano: logra, cómo no, que “salgan” de la pantalla –ante los “oh” de una platea de todas formas cada vez más acostumbrada– la filosa nariz de Scrooge, los copos de nieve, la reverberancia de la luz o el dedo acusador del último Fantasma (ese que no es otro que la Parca). La pregunta es cuánto agrega tal artificio a una historia que se defiende por sí misma. Los fantasmas de Scrooge no pone en peligro el genial legado de Dickens, pero advierte sobre la apropiación de todas las historias posibles por las nuevas técnicas. Como si todos los personajes del mundo fueran pasibles de tener cara de manzana resignando realismo, o de salirse de la pantalla sólo porque tal cosa puede hacerse.