Argentinians truchos aguords.
Toda entrega de premios -por más seria que parezca- siempre levanta polémicas o sospechas sobre cierto favoritismo hacia alguien. En la mayoría de las ocasiones nadie se pregunta quién otorga ese premio o qué miembros componen el jurado para distinguir a los ganadores y dejar afuera a aquellos que no reciben más que un diploma por la nominación. El lugar común de que ser nominado ya es un premio es tan falso como la sonrisa de alguien que aplaude a otro cuando una cámara captura el único momento de verdad. Ni qué hablar si se trata de concursos en los que hay que pagar una inscripción y también abonar para la supuesta premiación. Ese mundo, alejado de la meritocracia, palabra arcaica y en desuso en los tiempos de la inmediatez y la frivolidad, cuenta con su propia fauna, sus innumerables entregas de premios y algo que es mucho más triste: lo desapasionado de sus galardonados.
Si hay algo que caracterizaba a los documentales de Néstor Frenkel, ese plus sin lugar a dudas se relacionaba no con el pintoresquismo de sus personajes y sus particularidades, sino con esa entrega por lo que realmente amaban. La pasión por un oficio, por un trabajo o por un hobby no tiene muchas veces buena prensa y entonces se pierde de vista que el fin no es el premio, pues lo que realmente importa es el medio. Todo lo contrario a lo que una sociedad exitista persigue. Si no hay ganadores, no sirve. Si no te conocen, menos. Por eso un documental como Amateur trasciende al propio Jorge Mario, ese apasionado coleccionista, que es el embrión conceptual de Los ganadores, la nueva radiografía del realizador de Construcción de una ciudad, quien vuelve a sortear con inteligencia la difícil zona de mofarse del ridículo con cierto aire de superioridad y la mera descripción de un fenómeno desconocido.
En ese sentido, la estructura que divide en dos partes el documental encuentra la justificación perfecta al ubicar la mirada del director desde lo asombroso hasta lo reflexivo, pero sin acotar o apuntar algún discurso más allá de la elección buscada de los testimonios y las imágenes de una ceremonia que dura ocho horas, entrega más de 200 premios y en la que la premisa se acomoda perfectamente con ese juego de antaño llamado perinola en el que todos ganan, de acuerdo a una de las caras de ese trompo que giraba al compás de la expectativa de los jugadores.
El primer dato curioso es que en estas entregas se autopremian los mismos y entonces no hay sorpresa ni caras de derrota y para parafrasear a Wharhol un programa de tango y un sitio de internet cuentan con sus cinco minutos de fama, la foto, el videíto de Youtube y esa larga lista de agradecimientos que hicieron posible este premio. Paradojas que hacen del mundo en que vivimos una gigante hoguera de vanidades, por suerte Néstor Frenkel no tiene miedo a quemarse.