Tres son multitud
Los hermanos karaoke (2017), dirigida por el colectivo artístico Cine Humus (integrado por Bernardo Francese, Agustín Gregori e Ignacio Laxalde) es una comedia musical desopilante que intenta, entre la parodia y una estética a videoclip indiefolk, jugar el trio amoroso.
Simón y Mía son una pareja y un dueto musical: “Los Hermanos Karaoke” (una parodia de Pimpinela) que lo único que cantan son covers. Para promocionarse asisten a las cenas shows y animan los karaokes de turno. Lejos de la fama y sin mucho dinero, empiezan su roadmovie camino al hotel San Jorge que está en un pequeño pueblo lejano y en el que asistirán a una cena show del 24 de diciembre. En su auto, que nunca anda bien, y con su caja de CDs de covers, parten a lo que será una aventura que pondrá en duda la espiritualidad de ambos. Porque al negarse a esperar la noche del show en el mismo hotel, prefieren ahorrar y terminan en una carpa en medio del monte. La aparición de un extraño personaje aficionado al marketing, llamado Alan, será la manzana de la discordia dentro de su pequeña empresa.
La película tiene un manejo inteligente del humor puesto que éste aparece lentamente y de manera inesperada. Hay momentos sublimes donde los gags surgen de la mano de un narrador que pareciera controlar todo a su antojo, con cortes abruptos, cambios de música, de ritmo y casi de género cinematográfico. Uno pensaría que está ante una película de cine B, con momentos exagerados de suspenso, de sorpresa, donde cada efecto dramático está sobreactuado. Y bajo ese camino, la película llega a lo que será su mayor interés: la parodia. Pequeñas escenas coloquiales y comunes expresan distintos niveles de información. Uno siente que lo que vemos alude a otra cosa ya conocida. Con ello le da una mirada innovadora al típico argumento de los trio amoroso, en este caso con Alan, quién quiere quedarse con Mia siguiendo el tópico de “divide y vencerás”. Y la parodia es humorística, un humor más cercano de lo grotesco, que viene a ser la mezcla de elementos exagerados y dispares entre sí que confluyen en un mismo espacio. Por ejemplo; lo indie-folk con espacios naturales, el juego del lenguaje del marketing con cierto lenguaje de pareja, los gags de videoclip, las citas de autoayuda, la onda hippie naturista, etc. Tanto como si todo fuera posible de citar y mezclarse. Trae a la memoria algunos gestos de películas de Pier Paolo Pasolini o de Luis Buñuel sin olvidar ciertos guiños a la poesía que encontramos en una película de Jim Jarmusch. Aunque, y un poco extremando, pareciera una versión personal de El Desprecio (1963) de Jean-Luc Godard.
Otro elemento interesante es el manejo del tópico de “covers”, de imitación. De aquello que realmente no son. No son cantantes verdaderos, el auto que tienen Simón y Mia siempre se malogra y eso muestra que tienen problemas, Simón usa peluca, Alan es un marketinero devenido en gurú naturista, Simón es poeta sin admitirlo y solo le da gusto a Mia, en fin, nadie se muestra como realmente es. Eso, sin negación alguna, es lo que mejor se manifiesta. Sin embargo, no se puede obviar que la misma fórmula inteligente que encuentra le juega en contra. La parodia llega a producir que la verosimilitud se tambalee, surge dispersión y desapego por parte de quien está mirando, la pregunta de sí la lógica se romperá completamente o si optará por cerrar el argumento. Es decir, entra en cierto letargo general que dificulta encontrarle una estructura sólida. Le falta esos puntos de giro o situaciones intensas que narraciones desopilantes exigen, más cuando quedó entendido el juego y el conflicto. Tal vez toda la fuerza la encuentra sobre el final, que debe ser lo mejor toda la película. Lo más dramático y lo más entrañable aparece, con fuerza, recién ahí. En conclusión, y a pesar de tener altibajos e imperfecciones, resulta un film entretenido que a partir de algo simple, se arriesga sin miedo a pecar de infantil o ligero, y logra salir a flote.