Se estrenó Los hipócritas, film de Santiago Sgarlatta y Carlos Ignacio Trioni, que resume, simbólicamente, en medio de una celebración familiar, la manipulación y ambición de las familias más poderosas del interior del país.
El cine hecho en Córdoba se sigue abriendo paso al resto del país. Ya había pasado con De caravana, aquel notable film de Rosendo Ruiz que resultó ser la gran sorpresa de la Competencia Internacional del 25° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y resultó un notable éxito de taquilla en la propia Córdoba, antes de distribuirse en Capital Federal.
Después de debutar y sorprender en la última edición del Festival de Cine de Cosquín, Los hipócritas se estrena a nivel nacional y produce una sensación similar a la que tuvo en el estreno local: la de un cine hecho con identidad cordobesa, pero de temática universal, con un cuidado estético notable, economía de recursos, y una tensión in crescendo que nada tiene que envidiar a cualquier subproducto anglosajón.
La acción transcurre únicamente durante el desarrollo y la fiesta de casamiento de la hija de un posible candidato a gobernador. Previamente a entrar a la iglesia, queda registrada una escena íntima que puede destruir a toda la familia.
Sgarlatta y Trioni, codirectores y guionistas de Los hipócritas, encuentran en Nicolás (soberbia interpretación austera de Santiago Zapata) al antihéroe ideal, con su parquedad y decepción profesional, para poner en jaque a una de las familias más poderosas del país, que ya de por sí está en la cuerda floja por un acto de corrupción, y que sólo puede salvarse con la presencia y apoyo del actual gobernador, que se niega a aparecer en la boda.
Hay dos líneas de suspenso que manejan los directores. Por un lado, la carrera contra el tiempo: la boda se presenta como una excusa, un lugar específico donde todo puede explotar o, por el contrario, donde el futuro familiar está asegurado. Por otro, lo íntimo, lo incestuoso. El deseo sexual, pero más que nada la provocación de guardar un secreto peligroso. Y en el medio, un tipo común con el manejo de la información precisa para desencadenar la debacle.
Sgarlatta y Trioni construyen un relato complejo, donde cada personaje juega su carta y la astucia de la jugada define quién va a ser el ganador. Pero siempre hay lugar para sorpresas.
En apenas 70 minutos, y un solo espacio, los jóvenes realizadores construyen un retrato realista de la demagogia de los sectores más acaudalados, pero también la utopía del individuo común, al que ya no le queda nada por perder. Es una batalla quijotesca, pero con matices. El héroe es definitivamente un perdedor, un personaje que dejó de creer en el mundo y, específicamente, en sí mismo.
Sgarlatta y Trioni intentan caer lo menos posible en discursos moralistas, y le dan pie al espectador para construir el resto. Una jugada inteligente, donde no se subestima al público. Pero al mismo tiempo, no se trata de un relato intelectualoide que se cree más ingenioso de lo que es. Con una sobria puesta de cámara, fascinante elección del vestuario, y una meticulosa fotografía, hay escenas realmente cautivantes, a puro clima e introspección, resueltas con sencillez pero con prolijidad. El diseño sonoro y musical también juega un rol esencial para incrementar ese malestar paulatino que va sintiendo el protagonista.
Sobre el final, el juego da un giro. Se le podría atribuir a un deus ex machina, pero no. Cuando se lo piensa bien, ese giro final está trazado desde el principio. La suerte de los poderosos está echada, y la expectativa es esencial. Lamentablemente, las utopías sólo les pertenecen a los idealistas.
Aún con irregularidades interpretativas y algún que otro discurso de más, Los hipócritas expande los límites del mero ejercicio audiovisual para convertirse en un relato atrapante, maravillosamente narrado con un antihéroe que genera empatía, incluso en su parquedad. Una puesta prolija con un notable uso del punto de vista y el fuera de campo, la transforman en una propuesta sorprendente, made in Córdoba, que evita lugares comunes y clisés, y no deja afuera una eterna y universal crítica social.