Una película de clausura siempre es una marca de todo Festival, pequeño o fastuoso, donde el concepto es un poco lograr que este filme reúna cierto carácter de pertenencia y de representatividad. Por esa misma razón hace unos años el FICIC ha decidido clausurar el evento con una película de manufactura cordobesa, y Los Hipócritas es un caso ejemplar de como dos necesidades (origen y representación) dan como resultado un filme pequeño y digno de festejar.
Esta opera prima de dos realizadores cordobeses jóvenes, ambiciosos y apasionados entusiastas que deciden crear a través del esquema de enfrentamiento de clases y crítica a la narrativa del poder un retrato intenso y preciso sobre la hipocresía.
Dentro de la estructura dramática de un solo acontecimiento central que une todas las tensiones narrativas, el casamiento de dos figuritas de la clase alta local, crea el marco y el territorio desde donde se expande esta película en sus diversas aristas de cine de género y de mirada autoral sobre temas tan universales como el abuso del poder, la soledad, y la bendita hipocresía como una incógnita a despejar.
¿Qué significa una crítica a la hipocresía? Por un lado una mirada transversal sobre lo que aparenta ser una cosa para ser otra, luego una preocupación sobre identificar si esta anti virtud es solo un capital de clase (¿la clase alta tal vez?) o siendo más audaces y menos prejuiciosos extendemos esta patología social a otros ámbitos en los que podemos seducir a muchos otros sujetos del mundo con la hipocresía como tapadera de las posibles verdades de la vida y del patetismo de la existencia.
Dos jóvenes de la clase alta se casan, detrás de esta boda hay intereses, chanchullos, políticos y poderosos pujando por la cúpula del mal, ganar lo que otros no tengan, dominar, tener, poder. Pero ese marco del retrato social es solo una inteligente excusa para mostrarnos la complejidad de la ambivalencia de los valores humanos en manos de “el burgués gentil hombre” y “del rico avaro falso dueño del poder”. Y detrás de toda esta comparsa miserable, late un secreto que el espectador conoce desde el inicio del filme y que será revelado a los otros personajes en distintos estadios, con resultados totalmente inesperados. Un acierto del guion sobre el juego sobre lo secreto que sale de otros filmes que se pueden haber visto con este elemento como disparador del drama. Thriller, comedia negra, una combinación de dos géneros que maneja con solvencia.
El tratamiento formal de la película es de una calidad plausible, ante todo porque para poder escenificar la riqueza y la obscenidad que pone en escena debería poder tener un modelo de recursos materiales y económicos que aquí no existen. Toda esa carencia esta suplantada con ingenio, precisión, creatividad y una dupla de imagen y sonido fuertes. Así, la construcción puramente audiovisual no es un anexo que hace más atractiva la obra, sino que allí reside una audacia estética, una fuerza expresiva juvenil, desbocada y excesiva. Nada mejor que las escenas extensas de baile desenfrenado para que la idea de exceso y de procacidad te perforen la pupila. Esta cámara aun cuando esté instalada en la escena casi como otro personaje que late al ritmo de la música, mantiene una distancia de no identificación, en la que nunca deja de señalar lo impúdico de lo narrado con la gracia de color y la fuerza del encuadre al servicio de esta idea.
La cámara envuelve el curso del drama con suaves y reiterados travellings como una víbora que serpentea a los personajes con un premeditado plan que dejará su embestida en el final donde, abandonando ya ese recurso, la cámara con su mirada fija, tensa, los espera para cerrar esta historia.
Un filme tan disfrutable por su terreno argumental y sus improntas genéricas como por su auténtica manera autoral en cuanto al habla visual y sonora que la transforman en un hallazgo del cine local.
Por Victoria Leven
@LevenVictoria