Érase una película anclada por un libro
Más de 700 páginas escritas por Stieg Larsson se condensan en este thriller policial de dos horas, con una dirección tan apegada al texto que debilita el peso del misterio. Pero aun a pesar de cierto automatismo, el personaje de Lisbeth Salander impresiona.
Esto suele pasar en las adaptaciones al cine de libros tan famosos y tan largos (en este caso, casi 700 páginas): la bendita fidelidad a la obra original no permite a la historia adaptarse al formato. Como sucede con las Harry Potter, el thriller policial basado en el primero de los libros de Stieg Larsson es un film de más de dos horas en el que se comprimen los detalles de la historia (y hasta se descartan algunos, con lo que la citada fidelidad tampoco queda del todo cubierta), con lo cual la mayoría de sus problemas son de índole narrativa. El director Niels Arden Oplev (hombre de la TV sueca) no se despega de lo que dicta el libro y lo pone en escena, literalmente y sin demasiada imaginación: no existe un plano que cuente más que lo que verbalizan los actores.
Quien no haya leído el libro se preguntará por qué se desvía tanto la trama de la protagonista, la famosa Lisbeth Salander (Noomi Rapace), o por qué se dilata tanto la resolución del misterio, cuyo esclarecimiento se hace cada vez más obvio conforme se retrasa el gran momento revelador. Es que los elementos que construyen la trama, en el libro, son demasiados como para sostener en suspenso la película. Aquí deben ordenarse personajes con demasiada suciedad encima: nazismo, racismo, corrupción, violación, violencia de género, incesto. La categorización de las piezas que conforman el misterio va dejando lugar al aburrimiento, tras una genuina intriga inicial, según se suman más y más detalles macabros a los sospechosos.
La estructura es la del whodunit (el “quién lo hizo”), la búsqueda del asesino. Un periodista condenado a tres meses de cárcel por fraude es contratado por un viejo millonario, jefe de una enorme empresa familiar, para que encuentre a su sobrina, desaparecida hace cuarenta años, en el tiempo que tiene antes de cumplir su sentencia. Paralelamente, una chica con un pasado muy turbio, Lisbeth Salander, hackea la computadora del periodista para más tarde ayudarlo a resolver el caso. Es la investigación de la mujer desaparecida, Harriet Vanger, el hilo argumental que va desplegando las diferentes ramificaciones de la trama. Pero la narración cae en el automatismo y en ciertas subtramas mal resueltas, necesarias para la construcción de los personajes, no ya del misterio. Así, el pasado y la vida tortuosa del mejor personaje, la joven hacker, son cosas molestas en la película. Lo cual implica toda una ironía: lo que resulta un verdadero misterio (éste sí) es cómo, a pesar de su peso y a falta de economía narrativa, Los hombres que no amaban a las mujeres logra que ese personaje increíble por momentos aparezca.