La otra cara de un best-seller
Los suecos le ganaron de mano a Hollywood, con el traslado al cine de la taquillera “trilogía Millenium”, saga escrita por el fallecido Stieg Larsson. La primera parte atraviesa con suerte dispar distintas variantes del policial, incluyendo ingredientes de tinte político.
Desde hace un tiempo se ha constituido, en todas partes del mundo –Buenos Aires incluida, desde ya–, un culto semisecreto. Identifica a sus profesantes la ávida, fanática lectura de una Biblia que se presenta en tres imponentes volúmenes, de tapas negras y títulos largos. Se trata de la llamada “trilogía Millenium”, saga policial-social escrita por el ya fallecido Stieg Larsson e integrada por Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. Lleno de fe o de olfato marketinero, el proyecto original de este ex periodista y novelista sueco aspiraba a reunir nada menos que diez tomos, todos orillando las 600 o 700 páginas. La muerte se interpuso, pero Larsson no deliraba: Millenium es uno de los más fenomenales éxitos de venta de los últimos años. A la hora de pasarla al cine, los suecos le ganaron de mano a Hollywood y la filmaron al estilo El señor de los anillos: las tres al mismo tiempo. Estrenadas con considerable éxito en Europa, ahora llega hasta aquí Los hombres que no amaban a las mujeres, única rodada por el danés Niels Arden Oplev, que no quiso hacerse cargo de las otras dos.
Aunque Millenium suene a discoteca o jueguito de compu, así se llama, en la ficción, la revista donde trabaja el protagonista, Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist). Tras meterse con un tortuoso megagrupo económico, Blomkvist se ganó una condena de prisión por calumnias. Antes de cumplirla, otro poderoso, miembro de un clan tradicional –algunos de cuyos miembros fueron en su momento nazis de rompe y raja–, lo convoca para hallar a la hija, desaparecida desde hace nada menos que 40 años. Mientras tanto otra trama discurre en paralelo, protagonizada por Lisbeth Salander (Noomi Rapace), que parece la heroína de un comic dark. Lisbeth tiene veintipico, está llena de piercings y tatuajes, es hacker y su look combina lo dark y lo punk. Dura, lacónica, perspicaz y con un historial familiar más que complicado, la chica tiene el infrecuente oficio de investigadora privada. No es difícil adivinar que terminará uniéndose a Blomkvist, en la investigación del enigma planteado por el podrido clan Vanger.
No es fácil comprender las razones del culto, viendo Los hombres que no amaban a las mujeres. Nutrido plato de la cocina posmoderna, sobre un fondo de cocción integrado por distintas variantes del policial (el noir, el whodunit à la Agatha Christie, la película de asesino serial en general, El silencio de los inocentes en particular), Los hombres que no amaban... dora una agenda política (el poder de las grandes corporaciones, las secuelas del nazismo, la pervivencia de una ética de izquierda clásica, representada por Blomkvist) y las sella en política sexual. El tema del abuso a las mujeres atraviesa toda la historia y produce una serie de ecos, transferencias y reflejos entre distintos personajes, el primero de los cuales no es otro que Lisbeth.
En estos casos la eficacia depende de dos cosas. Una es la mano del cocinero o director. Formado en la televisión danesa, Niels Arden Oplev no exhibe más que una burocrática eficacia. El otro asunto definitorio es la forma en que se dosifican y combinan los ingredientes. A gusto del cronista, el costado Agatha Christie, con su trillado desfile de sospechosos, le quita interés a esta primera entrega. Pero ya en las novelas de la vieja dama inglesa, Hércules Poirot solía tener más color que el gastado mecanismo que lo contenía, y algo parecido sucede aquí. No con Blomkvist, demasiado ético (y épico) para tener verdadero relieve dramático, pero sí con Lisbeth Salander. Que tal vez sea (fans de los libros así lo confirman) la gran creación de Larsson.
Tan capaz de quemarse las pestañas hackeando datos imposibles como de tomarse brutal venganza de sus abusadores –venganza que a algunos les parecerá reprobable y a otros comprensible–, cada vez que la chica interviene, la película crece. En la misma medida decae durante los largos tramos (dura 2 horas 20’) en los que Blomkvist se pregunta si el culpable de la desaparición o muerte de Harriet Vanger será uno u otro miembro de su familia. Dicen los connaisseurs que, tal como sus títulos hacen sospechar, el protagonismo de Lisbeth es más acusado en las dos entregas siguientes. En meses más se sabrá si eso realza sus respectivas versiones cinematográficas.