El sexo débil
Entretenido thriller con opiniones certeras sobre femicidio, violencia de género, prejuicios, machismo y un entramado que alía actualidad y un pasado nazi que parece latente.
Cuando Millennium, la trilogía policial del malogrado Stieg Larsson, trepó a los primeros puestos de venta en las librerías, -al mejor estilo best sellers-, uno podía intuir el filón que el cine no iba a dejar perder. Y así fue. Corridos por los derechos (y el dinero q podría acarrear la venta de los mismos a sus herederos, más la pelea legal entre la familia y la esposa) ya se hicieron las tres películas correspondientes. Y lo bueno es que Hollywood no llegó a tiempo (aunque ya se anunció la remake).
Y que la producción sea sueca suma al resultado final que de por sí es un entretenido y bien llevado thriller con opiniones certeras sobre femicidio, violencia de género, prejuicios, machismo y un entramado que alía actualidad y un pasado nazi que parece seguir latente.
En Los hombres que no amaban a las mujeres, un periodista, Mikael Blomkvist, que ha perdido un juicio de difamación por sus notas contra un importante empresario (le han tendido una trampa vendiéndole “pescado podrido”) y una joven bastante freak, (punk, hacker y sumamente capaz en su rol de investigadora privada) se verán envueltos en la historia de una poderosa familia que cuenta en su haber muchos millones, una desaparecida y varios sucios secretitos.
Como era de prever una adaptación de un libro de casi 700 páginas debe dejar afuera muchas cosas y aligerar personajes y situaciones para conseguir una película de una duración “normal”, y lo asombroso no sólo es que lo consigue sino que emparda en más de un sentido a su origen literario. Literatura que si bien no se agota en contar la trama policial a veces abusa de los detalles o la enumeración de cotidianeidades que recrean un mundo verosímil pero suman datos superfluos o extremadamente secundarios. La adaptación comprime, reduce el material manteniendo la trama central y potenciándola así mucho más. Y no traiciona la esencia de sus personajes ni el llamado de atención a una sociedad (la sueca, en particular, pero la mundial en general) masculina que ejerce la dominación a través de la violencia de género.
Quizá la compresión del material coadyuva a que ciertos encuentros resolutivos parezcan más productos del azar del guión que de la concatenación de los hechos pero no se llega al nivel de, por ejemplo, El código Da Vinci y definitivamente estos personajes son humanos, demasiado humanos y eso es lo que provoca más interés.
Lisbeth es una (anti)heroína que atrapa nuestra atención y se constituye rápidamente en un personaje inolvidable, magnético y misterioso, revirtiendo prejuicios y asumiendo riesgos personales que cuestionan arraigados pensamientos sobre la vida y el obrar humano.