Algo huele mal en una isla de Suecia
Fiel adaptación del best seller al cine.
Las expectativas con respecto a la primera novela de Stieg Larsson adaptada al cine eran enormes. El best seller que sigue al periodista Mikael Blomkvist y la hacker punk Lisbeth Salander -y que continuará en dos entregas más, ya filmadas sobre sendas novelas del autor sueco fallecido- tuvo una traslación exitosa. Allí donde Larsson era explícito en cuanto a vejaciones y ultraje, la película de Niels Arden Oplev no se queda atrás. Toda adaptación es compleja, como también le sucedió a Peter Jackson en Desde mi cielo, otro estreno de esta semana, pero está claro que si se apropia de un tema más que de una trama, el resultado puede ser satisfactorio.
Siendo adolescente, Harriet desapareció en un carnaval. El hecho fue hace cuatro décadas, pero su acaudalado tío no pudo resolver el misterio. Allí entra en juego Mikael, que está lamiendo sus heridas tras ser desprestigiado por investigar un hecho de corrupción. Alejado de la revista Millennium en la que trabajaba, es contactado por el millonario para investigar la supuesta muerte y hallar al asesino.
Larsson reparte en la novela el protagonismo entre Mickael y Lisbeth, que lo ayuda en la pesquisa, teniendo ambos mucho que refunfuñar en sus pasados. En pantalla, Oplev se entretiene -y bien- en cómo Lisbeth debe sobrellevar el acoso de su tutor legal, que administra sus bienes luego de que haya salido de prisión, por algún hecho delictivo que ya se sabrá. Siendo Los hombres que no amaban a las mujeres la primera parte de la trilogía de Millennium, hasta es bienvenido y necesario contar el background de los protagonistas.
El suspenso, pese o contando a favor todos los enrevesados de la trama, con tantos personajes y sospechosos, no da respiro en ninguno de los 151 minutos que dura la película. La utilización de los ambientes naturales -la acción transcurre en una isla, no tan siniestra como la de la película de Scorsese por venir, pero hasta ahí nomás- y la puntillosidad en los detalles y las líneas que se van abriendo no hacen más que sumar atractivos.
Los distintos finales que simula tener el filme -a diferencia de quien lee un libro, que sabe cuándo termina porque le faltan páginas por leer- sí parecen apurados, resueltos a las corridas. Pero allí donde Noomi Rapace (Lisbeth) esté, no hay manera de quitar los ojos de la pantalla. Su personaje termina siendo el mejor delineado, empezando como un arquetipo más de la mujer abusada. Fuerte y polémico, es un filme para mantenerse atento y atado a la butaca.