“Los hongos” nos acerca en la ciudad de Cali (Colombia) a la vida de dos adolescentes, de Ras y Calvin. El primero cada noche, después de su trabajo de peón en la construcción, pasa el tiempo pintando grafitos por los muros de su barrio (Oriente de la ciudad), no duerme y sueña despierto. Maria, su madre, cree que está embrujado y puede llegar a la locura, por lo que utiliza creencias para liberarlo de ello. Ras pierde su trabajo por robar pintura en la obra, con la que esta realizando un gran mural en un descampado al lado de su casa.
Sin un peso en el bolsillo decide atravesar la ciudad en busca de Calvin, otro grafitero, que estudia Bellas Arte, que sufre la separación de sus padres y, por si fuera poco, cuida de su abuela “La ñaña” (Atala Estrada, abuela del director en la vida real). Los dos grafiteros irán sin rumbo fijo por la ciudad tratando de expresar sus deseos, y en este viaje encontrarán a otros personajes con inclinaciones afines, y los problemas continuarán, pero en su camino irán contaminando su entorno de libertad.
Tal es, en síntesis, la historia que da base al entramado de la narración.
Una de los aspectos interesantes de la obra es que cuenta con la participación de personajes que forman parte de diversas “tribus urbanas” como grafiteros (Ras y Calvin lo son), punteros, skaters, parkoureros y breakdancers, y además se realizo un rodaje-concierto con la presentación de la banda caleña “Zalams Crew” y la presentación de la banda punk femenina “La llegada del Dios Rata”.
En mi opinión (parcial, pues soy adepto al cine latinoamericano, pero eso no obnubila la razón) el trabajo actoral logra dar el punto justo, máxime tomando en cuenta que no son actores profesionales, sino gente dedicada a los grafitos, labores sencillas, sin histrionismos, ni sentirse forzados. Por lo visto se les pidió que sean ellos mismos, y no defraudaron. En este aspecto mención particular gana Atala Estrada, quien como “La ñaña” logra trasmitir conmovedora calidez y ternura.
Atala no pudo recibir el reconocimiento a su labor, pues falleció antes del estreno.
El tratamiento del guión resulta adecuado a las características propias del road movie (aquí bicicleta movie), por lo que se puede permitir saltos, o elipsis de tiempo y espacio, como me enseño mi profe, con fluidez en la progresión de la historia.
En el área técnica, la fotografía de Sofía Oggioni logra buenos resultados, con el registro de tomas tan difíciles como las nocturnas, y el ritmo narrativo se mantiene adecuadamente merced a una criteriosa compaginación. En cambio resultan no del todo felices las canciones de un recital en vivo, pues se lo siente forzado, con la única finalidad de alcanzar los 103 minutos de duración.
En suma, una realización sencilla, pero no por ello menos ambiciosa en cuanto a presentar un mundo joven y difícil, más aun por ser latinoamericano, con algunas situaciones muy propias la de los políticos en la búsqueda de votos, y algunos chantas que siempre tratan de aprovechar sus contactos (el padre de Calvin).
Una obra dura, pero esperanzadora (como es la adolescencia) dejando un sabor amargo, pero optimista en cuanto a que todo viaje es un camino de búsqueda y por lo tanto de maduración.
En vista y considerando lo difícil que es lograr el estreno de alguna película latinoamericana (salvo las de nuestro país), creo que debe verse y con mentalidad abierta.