Pinta tu aldea
Hay cierta indolencia en Calvin y Ras, los dos jóvenes protagonistas de Los hongos, segundo y premiado largometraje de Oscar Ruiz Navia. Si bien se suman a la movida del grafiti callejero y subversivo, y sufren la represión policial por ello, hay en su actitud más una condición experimental que realmente activa desde lo político. A Calvin y Ras, amigos de diferentes clases sociales, les gusta pintar paredes, dejar su firma, expresar su arte por las calles de Cali. Si eso significa una acción reñida con las buenas costumbres, será algo casual y no tanto causal. Indolencia, en el fondo, que no es falta de compromiso por parte del director, sino más bien una forma de sostener su registro a partir de los personajes: los amigos grafiteros recorren esas calles así como la cámara, ofreciendo desde su mirada un complejo entramado de relaciones que dan como resultado una ebullición cultural que parece desestabilizar progresivamente un sistema instaurado desde un poder que vincula lo político/partidario con lo religioso.
Los hongos tiene, desde su propuesta estética, mucho vínculo con ese cine regional que gusta del pintoresquismo y funciona muy bien en festivales. En ese sentido, la forma de mostrar por parte del director se parece a la de Calvin y Ras, porque ese pintoresquismo no es más que un tono que aparece inconscientemente. Para contrarrestarlo, Ruiz Navia desarticula muchos de los lugares comunes que este cine miserabilista gusta explotar con ánimo especulativo. La circulación de los personajes por Cali adquiere un sesgo documental, y eso sirve para eludir de alguna manera los resortes narrativos que la ficción tiene guardados casi inevitablemente para este tipo de producciones.
Calvin y Ras participan con la misma actitud indolente de reuniones de grafiteros como de las charlas políticas del padre de uno de ellos: la evasión es indudable, lo que importa es pintar, accionar, darle rienda suelta a lo placentero detrás del gesto. Actitud que no es más que un símbolo de estos tiempos donde las nuevas generaciones parecen abarcar desde el discurso una especie de sincretismo ideológico, donde el recorte de diversas posiciones parecería llevar hacia la concreción de sujeto nuevo: enfrentándose desde otros lugares a lo político, incluso a lo sexual. Y si bien la respiración de la primavera árabe que se aprehende desde videos en Youtube o con grafitis estetizante parece hablar de una cierta liviandad y falta de compromiso, lo crucial es notar que el film sigue no a dos jóvenes convencidos, sino a dos que están trazando un camino. Ese viaje, el de la cámara y el de los protagonistas, que vale la pena acompañar aunque desconozcamos el final.