Algo que no se le puede criticar a M. Night Shyamalan es que siempre ha jugado según las reglas. No lo olvidemos, porque fue justamente eso lo que nos atrapó de él en primer lugar. Claro que podemos reconocer dos grandes conjuntos en su filmografía; por un lado tenemos sus obras más recientes como The Happening y After Earth las cuales pertenecen al conjunto de lo infame, un corpus mediocre en el cual todos los recursos narrativos fallaban. En el otro conjunto se encuentran los clásicos inmediatos como Sexto sentido y El protegido, obras que se caracterizan un performance narrativa impecable y por una singularidad, algo irrepetible e indiscutido que a lo bueno de lo excelente. En Sexto sentido es la conversación entre Cole (Haley Joel Osment) y su madre, Lynn (Toni Collette), donde él encuentra la manera de contarle a la madre sobre sus poderes y sentimos el terrible alivio de saber descifrar qué hay después de la muerte. La singularidad no es el giro argumental del final; los giros, no importa que tan buenos sean son parte de la estructura asumida por Shyamalan que tiene su base en la literatura de terror. En El protegido, la singularidad se encuentra en la escena donde Joseph apunta con un arma a su padre David (Bruce Willis). Los hijos siempre demandan que los padres estén a la altura de sus fantasías, acá se le permite a Joseph llevar esto hacia un límite dramático trágico, donde la verdadera naturaleza de los personajes se descubre como una maldición y se esconde en la deprimente vida familiar de los suburbios americanos.