Los niños y el ataque de oscuridad
De narración precisa, sin golpes de efecto, la película en el mundo de la niñez y los miedos. La ancianidad como un susto que no se quiere. Las historias familiares como heridas que sobrellevar, más allá de la negación de los adultos.
A partir del estreno de Los huéspedes se habla mucho, y con razón, sobre la vuelta al podio o algo así del director indio M. Night Shyamalan. Celebrado de manera fenomenal con Sexto sentido (1999), el realizador tuvo allí un paso decisivo dentro del cine de su tiempo. Hubo quienes rápidamente quisieron ver en él un nuevo auteur, que pasó a preceder con su apellido toda película posterior junto a ocasionales cameos "hitchcockianos". Pero lo que finalmente sucedió fue una lista de títulos en declive, con una especie de fórmula repetida que tuvo en la "vuelta de tuerca" una de sus marcas predigeridas.
En verdad, lo predicho no es demasiado justo; antes bien, debiera pensarse en la artesanía narradora que Shyamalan supo enhebrar en Sexto sentido para luego despuntarla con más o menos brillo (El protegido, La aldea), hasta alcanzar sólo algunos buenos momentos dentro de films incomprensibles (La dama del agua, El fin de los tiempos) y malos (El último maestro del aire, Después de la Tierra).
Vale destacar que Sexto sentido es una gran película, injustamente vilipendiada desde la trayectoria posterior. Posee una puesta en escena precisa, que permite al desenlace credibilidad porque requiere de la revisión del film: lo que importa no es lo que se ve, sino lo que no se muestra. De paso, junto con The Blair Witch Project y la trilogía Scream, del fallecido Wes Craven, Sexto sentido devolvió la presencia del terror a las salas de cine. Hay que recordar lo poco, nada, que de este tipo de cine se estrenaba.
Si a Shyamalan se lo consigna de modo positivo otra vez, esto se debe, por lo menos, a dos motivos. Por un lado, por ser conciente de las maneras audiovisuales actuales, en consonancia con los jóvenes espectadores, devenidos productores de imágenes; por el otro, debido al nexo esencial que se percibe en Los huéspedes respecto de Sexto sentido: un relato que gira sobre sí mismo, que culmina y renace.
El argumento hace foco en la vida de dos hermanos; ella, adolescente y con deseo de ser directora de cine; él, algo menor y rapero en ciernes. De esta manera, el film justifica su cámara en mano constante porque, de lo que se trata, es de capturar la mirada de sus protagonistas: los niños, sus miedos. Por esta sola cuestión, Los huéspedes logra que el recurso de la película dentro de la película sea una elección necesaria, a su vez consecuente con un procedimiento formal que repite tanto cine de terror actual (la mencionada Blair Witch Project como ejemplo basal). La historia llevará a estos niños a viajar, a irse de casa para conocer a los abuelos, quienes están peleados desde siempre con mamá, quien tampoco quiere volver a verlos. Por otra parte, papá los abandonó hace unos años. ¿Qué es lo que anida, en suma, en las cabezas del mundo adulto?
El viaje, también, aparece como signo del género: sea con ómnibus o carruajes, el destino finalmente se cierne en forma de castillo o de granja rural. Poco importa la cantidad de migas dejadas por el camino, pajaritos o cosas peores habrán de comerlas. De esta manera, Becca y Tyler se dirigen a la casita de sus abuelos, a la morada de una historia familiar trunca, que es curiosidad y móvil documental para la cámara de la niña.
Gradualmente, durante una semana, los hermanos descubrirán una ternura desteñida, con grietas, de explicaciones contradictorias. El abuelo dice de la abuela, la abuela dice del abuelo. Los comportamientos son extraños, las noches plenas de ruidos raros. Las mañanas ofrecen desayunos suculentos. La abuela insiste con limpiar el horno, le pide a Becca que entre en él. Tyler tiene fobia a los gérmenes. El sótano no puede visitarse, algo habrá, tal vez hongos parecidos al cuento de Bradbury. Y los testimonios a cámara que Becca logra de sus seres queridos/desconocidos provocan reacciones imprevistas.
Este repertorio de situaciones tiene una exposición premeditada, de ritmo narrador sostenido, con resolución sorprendente y, de paso, una alusión autoparódica -como solución falsamente posible- que dialoga con otra de las películas de Shyamalan. Parece que el propio director se toma a risa a sí mismo y eso, claro, está muy bien.
Pero de vuelta a lo que importa -los niños y los miedos-, Los huéspedes es capaz de dialogar con otras películas de raigambre similar; entre ellas, dos y notables. La noche del cazador (1955) fue la única película dirigida por Charles Laughton y es una obra maestra, con Robert Mitchum en la piel de este lobo/predicador que caza viudas a las que luego asesina, mientras dos hermanitos temen la ira del padrastro. Está basada en la novela de Davis Grubb. El otro gran ejemplo toma por referencia un cuento de William Irish, se trata de Si muero antes de despertar (1952), del argentino Carlos Hugo Christensen. Aquí, el niño protagonista (Néstor Zavarce) es víctima de su promesa de secreto mientras sus amiguitas desaparecen y, él lo intuye, algo tiene que ver el hombre alto que las espera con caramelos y tizas de colores a la salida de la escuela.
Los niños, en suma, como portadores de un saber que los adultos ignoran. Allí descansa el asunto, en la desatención hacia lo que los pequeños dicen mientras sobre ellos se proyectan sombras largas, de historias familiares que no vivieron. Como los adultos no prestan atención, son los niños los que tiene que tomar el asunto por su cuenta. En este caso, de cara a estos ancianos con los años surcados en los rostros, que presagian un porvenir de muerte.
En este entramado de sustos que nunca son golpes de efecto -otro punto a favor para la película-, sobresale Deanna Dunagan, la abuela que sabe cómo parecer risueña y cuándo desencajada. Con una mirada por momentos jovial, la abuelita juega de manera vital, ríe, reacciona bestial. Dice: "tengo un ataque de oscuridad" y muestra sin pudor un cuerpo semidesnudo. Hay ciertas imágenes, se sabe, que un niño nunca puede olvidar. Mejor no verlas. Ella sabe cómo componerlas.