El infierno del whisky
La Ley Seca, entendida como la prohibición de vender bebidas alcohólicas, estuvo vigente en los Estados Unidos entre 1920 y 1933. Fue establecida por la Enmienda XVIII a la Constitución y derogada por la Enmienda XXI. A pesar de la imposibilidad vigente, el alcohol continuó siendo producido de forma clandestina, provocando un auge considerable del crimen organizado. Si bien la ley impedía la oferta, la demanda no había desaparecido.
De esta convulsa época nos habla Los ilegales, una película que arrasó en taquilla en su estreno en Norteamérica y que ahora desembarca en las carteleras argentinas avalada por un impresionante elenco actoral encabezado por Shia LaBeouf (Transformers); Jessica Chastain (Historias Cruzadas); Tom Hardy (Batman: El Caballero de la Noche Asciende); Gary Oldman (La Profecía del no nacido); Mia Wasikowska (Alicia en el País de las Maravillas) y Guy Pearce (No temas a la Oscuridad). Y no sólo destaca por su plantel de estrellones hollywoodienses; es que además lleva las estimulantes firmas en tareas de dirección de John Hillcoat, quien alcanzara fama y prestigio gracias a la espléndida adaptación en pantalla grande de la novela de Cormac McCarthy La Carretera, y Nick Cave como guionista y compositor de su estupenda banda sonora.
Todos estos datos ya deberían de suponer un referente que convenciera al espectador para acudir al cine a disfrutar de la película, pero es que encima el resultado final no defrauda en absoluto, constituyendo uno de los títulos a tener muy en cuenta en este último tramo de 2012.
El desarrollo de la trama se centra en las peripecias de tres hermanos, los Bondurant, quienes poseen una destilería ilegal en el estado de Virginia con la que intentan hacer negocio transportando y vendiendo el aguardiente que ellos mismos fabrican. Pero los tiempos no están para bromas y topan con diversos obstáculos, entre ellos la figura de un ayudante del fiscal del distrito que les hará la vida imposible (excelente Guy Pearce, en un rol de villano tan sádico como refinado que ejerce como auténtico roba escenas).
La propuesta no escatima en una violencia latente que se muestra sin pudor en toda su crudeza y dureza (ya la aparición del trailer trajo bastante polémica por su explícito contenido de desnudos y asesinatos sangrientos). Existen escenas en las que el público más susceptible no se va a encontrar cómodo precisamente, pero se revelan necesarias para contextualizar un momento tan convulso en la historia de un país donde la mafia cobró un poder significativo, lo que se tradujo en constantes enfrentamientos sangrientos entre las diversas partes implicadas en el negocio del contrabando de alcohol.
Jack, el más joven y advenedizo en el relato, bajo los rasgos de Shia LaBeouf, se convierte en una suerte de conductor de la tragedia que se explica: desde su inicial ingenuidad observa, al principio de manera pasiva y secundaria, después de forma mucho más activa, los acontecimientos que convierten el lucrativo y clandestino negocio familiar en una catástrofe de resonancias bíblicas. La relación tan seca, como la ley aprobada, entre los tres miembros de la familia se resuelve esencial para entender un momento en el que las gentes no estaban precisamente para demostrar sus sentimientos a flor de piel. Las conversaciones entre ellos son tajantes, rudas, sin espacio para el diálogo generoso, incluso en muchas situaciones el único idioma en el que se entienden es en el de los puños (el pobre Shia recibe cada paliza…). A su lado, los personajes femeninos se nos muestran como si fueran fantasmas, apartados e incluso maltratados en una sociedad tan represiva como machista.
Las distintas venganzas irán apareciendo ante nuestros ojos cada vez con más abundancia de hemogoblina y mal gusto, hasta llegar a un épico y esperado lance final (quizá lo más flojo del conjunto, un tanto apresurado y falto de ingenio) en el que las cosas volverán (ya veremos cómo) a su orden.
Sería injusto no destacar a su vez la magnífica banda sonora que se adapta como un guante a la historia. Se nota a la legua que el guionista es a la vez un reconocido músico, dándole una importancia vital a la partitura que impregna cada fotograma de veracidad y realismo. Este sentido musical trufado de canciones que representan a la perfección la música que se practicaba en las zonas rurales de Estados Unidos en el momento en que acontece la acción de la película se refuerza con las propias composiciones dietéticas escritas por el propio Nick Cave y su violinista Warren Ellis, similares en tono y pausa a las que ya se pudieron escuchar en su anterior trabajo conjunto (la ya citada La Carretera).
En definitiva, un trabajo magnífico tanto en su puesta en escena como en la labor de los actores principales que no llega a ser brillante debido a la poca participación en la trama de algunos secundarios de renombre, como ocurre en el caso de un desdibujado Gary Oldman, quien no tiene espacio natural para defender su personaje, que no pasa de ser una simple mezcla de algunos famosos gángsters de la época (Al Capone y compañía).