Arriba, saltó el diablo
Nick Cave, John Hillcoat ¿Más? Tom Hardy, Guy Pearce y por si no es suficiente: Gary Oldman. Los ilegales (Lawless, 2012) se presenta ineludible, si no por los nombres, por la calidez del producto final.
Una familia. Tres Hermanos. Jack (Shia LaBeouf), Forrest (Tom Hardy) y Howard (Jason Clarke). Juntos, durante la prohibición impuesta por la ley seca, monopolizan la venta de moonshine, una variedad etílica de alta graduación. Sin mayores obstáculos que policías genuflexos y mafiosos de poca monta, los hermanos Boundurant emborrachan al sur de los Estados Unidos sin resquemores. La ruptura de esa estabilidad se manifiesta en dos espectros: en el laboral con la llegada de un siniestro oficial de la ley (Guy Pearce) y en el sentimental con la irrupción de una chica de ciudad en busca de trabajo (Jessica Chastain).
Para rastrear el origen de la sociedad creativa entre Nick Cave y John Hillcoat es necesario remontarse a 1988, en donde el director primerizo trasladaba a la pantalla grande el primer guión del músico; Ghosts… of the Civil Dead, una película estrambótica con una cárcel como único escenario y sus presidiarios como únicos protagonistas. Ya en ese primer escalón, a pesar de su precariedad presupuestaria y su carácter experimental, Hillcoat alimenta su estilo con la austeridad y precisión estática que se convertirían en rúbrica en el resto de su repertorio. La composición sonora quedaba a cargo de Cave en colaboración con sus compañeros Blixa Bargeld y Mick Harvey, otros dos miembros fundadores de The Bad Seeds, la banda más popular del oriundo de Warracknabeal.
La misma fórmula se reiteraría para el segundo largometraje de Hillcoat, To Have and to Hold (1996). Luego, un hiato de casi diez años se vería interrumpido en el 2005 con la llegada de La Proposición (The Proposition), Western situado en las carnívoras planicies australianas regidas por distintas fuerzas de la barbarie cuya violencia, impoluta, resiste sin esfuerzo frente al asedio de la civilización Allí, por primera vez, Cave enfrentaba en solitario la elaboración de un guión original. A su vez, simultáneamente, el músico se unía a uno de los Bad Seeds más tardíos, Warren Ellis, para componer la banda de sonido. La primera juntos, que marcaría el natalicio de una asociación fructífera con mucha resonancia. Luego, dos años más tarde, ambos estuvieron a cargo de la música de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The Assesination of Jesse James by the Coward Robert Ford, 2008). Lo que daría lugar a una nueva convocatoria que reuniría nuevamente a los australianos en la versión de Hillcoat de La Carretera (The Road, 2009), basada en una novela del perpetuamente adaptado Cormac Mcarthy.
Tres años después vuelven a confluir esas potencialidades creativas bajo el título: Los ilegales. Con Hillcoat en la dirección y Cave abordando dos aspectos de la producción. La música, junto a Ellis y el guión, esta vez adaptado de una novela de Matt Boundurant, que ficcionalizó hechos de su propia familia.
En una conferencia de prensa previa al estreno comercial de la película, Nick Cave afirmaba que lo que le atrajo del libro fueron las clásicas historias de amor y la violencia excesiva. “Sentimentalismo y violencia bruta”, decía. En ese sentido, la directriz de Hillcoat se presenta como la más apropiada. Si bien ha demostrado una sensibilidad exquisita a la hora de retratar vínculos y sus diferentes instancias afectivas, su estilo de abordar la violencia es incomparable. Haciendo mucho más énfasis en la tensión previa que en el impacto de ferocidad en donde todo sucede, su estilo recuerda al del mejor western, al de Sergio Leone o Corbucci. Con el mismo nivel de solemnidad pero con mucha menos teatralidad. Despojado, realista.
El porcentaje de violencia elevado se traslada e impregna casi todos los aspectos de la vida de los protagonistas. Puede parecer desmesurado pero no lo es en realidad. “Es lo que cualquier hombre con determinación de carácter haría”, dice el personaje de Shia LaBeouf en referencia a la actividad ilegal que lo convoca y la misma explicación puede traspolarse para justificar la agresión. Determinación de carácter para sacar provecho de los pecados del prójimo, en lugar de supeditar sus facultades a las estructuras de dominación. Determinación para responder al instinto más primario de mitigar en lugar de eludir, de grabar su voluntad a fuego en lugar de ceder ante traspiés y recluirse en las penumbras.
Las actuaciones merecen un párrafo aparte. Tom Hardy, a la cabeza de la familia, continúa irradiando un magnetismo que induce al espectador a un estado de admiración indisociable. Con la rigurosidad interpretativa del mejor Robert De Niro. Shia LaBeouf sigue despegándose de la ingenuidad prácticamente inherente del resto de sus personajes. Cambio de rumbo que probablemente se confirme el año que viene en Nymphomaniac de Lars von Trier. En cuanto a Guy Pearce, el villano de la película, pocos adjetivos pueden hacerle justicia a la dimensión de este actor que, título tras título, logra asentarse como el mayor héroe subvalorado de los últimos tiempos.