Si la vida fuera tan sencilla…
Rosie y Alex son amigos desde muy chicos y esa amistad irá consolidándose con el paso de los años, mientras una ligera sospecha de romance mutuo los acecha con mayor o menor intensidad a medida que avanza el tiempo. Cómplices y compañeros en sus sueños y primeras aventuras amorosas, estarán unidos y se buscarán para darse apoyo. Todo parece marchar de la mejor manera, hasta que un imprevisto accidente los coloca en caminos opuestos. Rosie queda embarazada de Greg en su primera relación sexual, por lo que su idea de vivir y estudiar en los Estados Unidos debe ser dejada de lado. Él se queda en el gran país del norte, mientras ella decide quedarse con su familia, haciéndose cargo de su hija ella sola en el viejo continente.
La historia avanza a trompicones, es decir, con vueltas de tuerca sin un eje preciso, con destino a un happy ending demasiado cantado. Caprichosa, repleta de clichés e indecisa, mantiene una línea que pretende abarcar una historia de vida, con subidas y bajadas de tono, pero sin ton ni son. Lily Collins (hija del ex Génesis Phil Collins) pone su encanto al servicio de un guión muy poco creíble. Y no es que las comedias románticas tengan que ser realistas, ya que de hecho no lo son. Pero sí cuando son buenas deben construir un verosímil que sea honesto y claro consigo mismo, cosa que en Los Imprevistos del Amor no sucede.
Reaccionaria y conservadora, no responde a los parámetros que conocemos del mejor cine inglés, sutil e inteligente (viene a mi memoria Cuatro Bodas y un Funeral, por citar solo una) y sí se acerca a la mala comedia americana, más ramplona y facilonga. Si todo se resolviese tan fácil en la vida como en esta historia, viviríamos más felices y con menos preocupaciones, dejando de lado dolores y pesares como si de piezas descartables se tratase. Poca película para una cartelera que espera ansiosa el estreno de comedias románticas más afortunadas.