Tras una primera película cuya gracia retro sorprendió a más de uno, LOS INDESTRUCTIBLES llega a su tercera y previsiblemente última entrega (teniendo en cuenta su fracaso comercial en EE.UU., aunque es cierto que estas películas suelen triunfar en el “resto del mundo”) con cierto cansancio y confusión, convertida en una franquicia engordada por la aparición cada vez de una mayor cantidad de estrellas (o pseudo estrellas) del cine de acción en roles más y más breves. Al filme de Patrick Hughes cuesta distinguirlo de otras películas de acción (su última media hora es una tediosa y repetitiva serie de enfrentamientos), pero tiene un punto a favor interesante en esa confusión, ligada a dos tradiciones cinematográficas no del todo reconciliadas.
Más allá de una trama intrascendente de ex agentes de la CIA enfrentados entre sí (un episodio inicial está dedicado a Wesley Snipes, que luego casi desaparece del filme, mientras que Mel Gibson tiene un rol mucho más importante de lo que parece por la publicidad del filme), traiciones y enfrentamientos, y de una estructura deforme armada a base de apariciones especiales (un rato Snipes, un rato Harrison Ford, un rato Antonio Banderas, otro Kelsey Grammer y así), esta tercera parte de la saga es en realidad un enfrentamiento entre el grupo “old school” de héroes de acción y otro más nuevo, de jóvenes actores en su mayoría muy poco conocidos.
El “choque” entre esos bandos queda claro cuando Stallone tiene que armar una misión casi suicida para capturar al criminal de guerra que encarna Gibson (cuya intensidad maníaca se extrañaba y es digna de verse aquí) y decide dejar de lado a los “viejos” y armar un grupo de jóvenes mercenarios. Las diferencias son previsibles: los viejos son mañosos, están gastados, no entienden de tecnología ni ganan batallas descifrando códigos, pero a la vez tienen algo que los jóvenes –el propio Stallone parece decirlo sin decirlo, al elegir un elenco de prototipos anodinos– no tienen: gracia, personalidad, onda. Mística, si se quiere…
exp3La película, igual, no se decide a ser otro homenaje a esa sensibilidad “old school” porque cree que necesita al público joven y envuelve ese postre de veteranos con este grupete de actores de Central Casting que parecen rebotados de audiciones para películas de Kathryn Bigelow. Pero, en su interior, deja en claro que hay un gran desprecio de Sly hacia esa “nueva escuela” y un cariño casi corporativo por sus viejos y gastados compinches, que no solo rescatan a los jóvenes cuando se meten en problemas sino que tienen un carisma personal (aun desgastado, o asumidamente insoportable como en el caso de Banderas) que los otros jamás tendrán, escondidos detrás de sus gadgets.
Sí, de “la boca para afuera” la película intenta unir generaciones (ver sino el final con el tema de Neil Young “Old Man” cantado via karaoke por algunos de los jóvenes y su letra “I’m a lot like you were”), pero en el resto de las decisiones ligadas a la película en sí, Stallone (el verdadero autor de esta saga) los mira como si fueran la nada misma. Una lástima que ni él ni Hughes se animen a ir más lejos con ese discurso de choque y el filme en su trama y puesta en escena quede a mitad de camino entre lo que fue (el cine de acción de los ’80, digamos) y lo que es (el de 2014). Una película, digamos, de 2001…