Los Indestructibles del título, cuando iniciaron su explosivo camino allá por el año 2011, eran el improbable sueño del pibe (crecido en los 80s/90s). Es decir, un cocktail letal de violencia y acción ininterrumpida, puesta en marcha a través de los nombres más importantes del rubro dentro del cine que nuestros padres a menudo simplificaban bajo la calificación extraña de “una de tiros”. Ya veteranos y retocados por el bisturí -y los anabólicos en exceso-, estos duros de extinguir demostraron que aún les quedaban un par de miles de balas en la cartuchera. Lamentablemente, no demostraron mucho más que esa anécdota puesto que, la primera parte de esta saga, fue también la más floja a nivel narrativo y, lo que es peor - o directamente “pecado” en este tipo de productos- también fue casi nula a nivel entretenimiento.
Afortunadamente la secuela, ya sin Sylvester Stallone en el rol de director sino “apenas” como guionista (aunque indiscutible alma máter detrás del proyecto), fue enormemente superior. Además de ser una buena película de acción gracias a la dirección del experimentado Simon West (Con Air), funcionaba como excelente parodia al mismo cine que homenajeaba. Un chiste de Chuck Norris por boca de Chuck Norris era apenas uno de los tantos grandes momentos del film.
¿En dónde queda ubicada esta tercera parte entonces? Por fortuna, lejos de la primera ya que es divertida y, aunque demasiado extensa, de una fluidez por demás necesaria para un film de acción, pero por desgracia muy detrás de su segunda parte. El espíritu lúdico de su predecesora está intacto pero no así el humor disparatado, que se ve aquí mucho más contenido, y el relato coral de este equipo de irrompibles tristemente no siempre funciona: Wesley Snipes, que es fácilmente uno de los mejores actores del reparto, tiene una introducción que promete ponerlo en acción en primera fila del batallón, pero luego el film avanza y el hombre que supo interpretar a Blade desaparece sorpresivamente. Stallone trastabilla con un plan que no tiene demasiado sentido: jubilar a los menos “jubilables” y reclutar a jóvenes que sabemos de antemano no podrán cargar todo el peso de una alocada misión a cuestas. “El equipo necesita sangre nueva”, dice, e irónicamente ése es otro elemento que falta: nueva o vieja, la sangre brota fuera de cuadro, donde el “apta para mayores de trece años” parece contentarse. No sería tan malo de no ser que se nota la ausencia por capricho del marketing y no por decisión artística.
Los Industructibles 3, de todos modos, no es una mala película y se beneficia del carisma de la mayor parte de sus protagonistas, pero especialmente del de Mel Gibson en el papel del villano de turno que, si bien no llega a alcanzar el delirio diabólico del Jean Vilain de Jean Claude Van Damme en la anterior entrega, sobreactúa deliciosamente elevando su rol por encima de lo que el cliché requiere. No sucede lo mismo con Antonio Banderas, una incorporación bienvenida aunque un poco desaprovechada por la obviedad del estereotipo, ni Harrison Ford, meramente decorativo como reemplazo de Bruce Willis.
Este tercer y, a juzgar por su floja recaudación, quizás último episodio es un cierre agridulce para una saga imperfecta que sólo pudo aprovechar un fragmento de su enorme potencial. Una lástima, porque el sueño del pibe habrá quedado algo trunco para cuando la última proyección cierre las puertas a un cast de musculosos que probablemente jamás vuelva a reencontrarse.