Unos veteranos totalmente prescindibles
La película del viejo héroe de acción, en la que se reúne (apenas por un minuto) con Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, pretende mitificar al musculoso cine de los ’80, pero no pasa de ser un ejercicio melancólico, con mucho de marketing.
A juzgar por la seguidilla de películas que hacen de la actualización del pasado su leitmotiv principal, Sylvester Stallone no parece dispuesto a que lo olvidemos. Rocky Balboa primero, Rambo después. Y ahora llega el turno de Los indestructibles, ejercicio melancólico, con mucho de marketing (o viceversa), que aprovecha a un público cautivo para manipular sin suavidad las zonas del cerebro afectadas por el recuerdo de remotos, gloriosos tiempos. Este proyecto que lo tiene como guionista, productor, director y protagonista encuentra a Stallone en una operación afincada cómodamente en la ratificación de un estilo, el de aquellas action flicks que hicieron de los años ’80 la era dorada de los tiros, las explosiones y los músculos tonificados y glorificados por el celuloide. Porque más allá de los múltiples guiños y referencias, enmarcados fundamentalmente por los ajados pero aún orgullosos rostros de algunos de sus protagonistas (y de una escena absurda y gratuita, pero definitivamente simpática, que reúne por un minuto a Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger), Los indestructibles no intenta en lo más mínimo alterar la estructura, los lugares comunes y los estereotipos que transformaron a esas pelis de acción en una verdadera institución. Más bien intenta ubicarlos en la categoría de mito, logrando apenas una réplica, donde casi todo lo que reluce no es oro.
En la piel de un tal Barney Ross, Sly es el jefe de una banda de mercenarios que se resiste a abandonar tan noble oficio. Entre otros integrantes de alcurnia, la muchachada incluye a Jason Statham (el pelado de la saga Transportador), a la estrella del cine de artes marciales Jet Li, al gigantesco sueco Dolph Lundgren y a Mickey Rourke, cuya increíble máscara le suma una capa de reviente de abolengo al particular grupo. Un encargo difícil pero bien pago los pone en la ruta de un dictadorzuelo de cierto inexistente país latinoamericano y de su socio en el crimen, un ex CIA empeñado en fabricar cocaína a bajo costo, encarnado por Eric Roberts. Súmese una chica linda dispuesta a acabar con la tiranía imperante y el resultado es el esperado: un cóctel de acción física que deja de lado cualquier intento reflexivo para hacer del pum, el bang y el crac su esencia, medio y fin último. No hay nada de malo en ello, por supuesto, pero por desgracia a Stallone le salió una película sin onda, herida fatal que hace que Los indestructibles se desangre lentamente, sin nadie a mano que aplique algún torniquete salvador.
Excepción hecha del vuelo rasante con ametralladora que inicia la guerra privada de los “prescindibles” (los “Expendables” del título original) con las huestes militares de la dictadura bananera –una escena que recuerda en el mejor sentido a las películas de aventuras de los años ’70–, el resto del film se contenta con repetir una fórmula, calcando usos y mohínes, como si con ello bastara para construir algo interesante. Sólo el espectador más voluntarista, aquel que sienta la historia como un reencuentro afectuoso con viejos amigos y no solicite más que eso, podrá encontrar aquí alguna clase de placer, quizás extracinematográfico. Hay mucho efecto de sonido para destacar los golpes, mucha sangre digital en Los indestructibles, pero poca materia legítima, poco espíritu guerrero. El film incluso pretende escudarse en sus propios excesos, a los que presenta equívocamente como parodia para tomarlos de inmediato al pie de la letra: el español mal escrito, el imposible melodrama padre-hija, la incorrección política respecto de la política internacional. Tal vez la escena más lastimosa sea aquella en la que Rourke, incluso tratando de aportar algo de altura a la situación, recita unas imposibles líneas de diálogo acerca del alma humana. A pesar de todo lo genuino que pueda haber detrás del reencuentro, en ese momento el film se revela, sin embargo, como una excusa inocua para intentar revivir el pasado.