Derrapante derroche de acción sin magia
Todo está dicho en el trailer. Un grupo de mercenarios unidos por la afinidad personal, dirigidos por un veterano (Sylvester Stallone), acepta un trabajo especialmente complicado: infiltrarse en una isla caribeña para deshacer la intriga política y económica que un ex agente de la CIA (Eric Roberts) mantiene en esa región a fin de obtener réditos económicos. La historia se pone un poco más compleja cuando el veterano mercenario encuentra en una joven idealista, hija del dictador de turno, un incentivo para regresar a la isla y, hablando mal y pronto, volarla hasta los cimientos.
Al menos se hubieran preocupado por conseguir un puñado de extras hispanoparlantes (abundan, no jodamos) en lugar de actores norteamericanos con aspecto latino y malísimo manejo del castellano. Todas las escenas que transcurren en la falsa isla de Vilena son una oda al lugar común en que la parafernalia yankee ha colocado a los latinos en los filmes, a saber: republiqueta bananera bajo el control de un gobernante de facto, militar por supuesto, títere del verdadero poder en las sombras... un gringo con mucha plata y espurios intereses que nunca se aclaran.
Pobres de nosotros, los que esperábamos de este elenco una bizarreada mucho más a la altura de lo que prometía. Pobres de los fans de los íconos de acción. Viejitos, mejor que la próxima los agarre Tarantino: la dupla Callaham-Stallone apesta a la hora de escribir y dirigir. Los planos cortos y rápidos con los que Stallone director pretende dinamizar las escenas de acción (en una suerte de homenaje o parodia a las películas de Luc Besson y su pollo, Louis Leterrier) agotan y fastidian en lugar de entretener. Casi se agradece la entrada en escena del moreno Terry Crews, cuyo único interés es precipitar la voladura de cráneos y edificios, verdadero punto fuerte de esta trama sin sentido.
Lo más triste de todo es que habrá quienes piensen que toda esta parafernalia es meritoria en tanto pretende parodiar al cine de acción tipo zeta, de bajísimo presupuesto (excepto en lo que hace a los efectos especiales: explosiones, sangre y peleas coreografiadas al por mayor) cuando en realidad no se trata más que de un filme autorreferencial, casi masturbatorio, de un grupo de estrellas más o menos vigentes según el caso, más o menos legendarias, invariablemente desperdiciadas y con poquito y nada de la autenticidad del género del que provienen. No hay mérito cinematográfico alguno en "Los indestructibles"; puro lío, tiros y cosha golda. Si está clara la premisa, adelante: desafiamos al espectador a abandonar la sala sin esta sensación abrumadora de vergüenza ajena.