Terror gótico argentino, con esclavos y tormentas.
No pocos aspectos de interés son los que presenta Los inocentes, ópera prima del hasta ahora productor argentino Mauricio Brunetti. Algunos dentro de lo estrictamente cinematográfico, otros vinculados con su temática y con el trasfondo histórico en el cual se ancla el relato. Si hubiera que definirla en relación a su filiación genérica, podría decirse que en líneas generales se encuadra dentro del cine de terror gótico. Pero también es una producción de época, un novelón familiar con un eje fuerte en el conflicto paterno-filial y, sobre todo, un film que aborda un aspecto de la historia argentina muy pocas veces retratado por el cine local: el de la esclavitud.
Ambientada en una estancia de la provincia de Buenos Aires, Los inocentes transita de manera simultánea dos líneas temporales, una a mediados del siglo XIX y la otra en 1871. Ambas giran en torno de Güiraldes, terrateniente que ha hecho fortuna convirtiendo en próspero lo que alguna vez fue un páramo. Interpretado por Lito Cruz, Güiraldes es despreciable por donde se lo miré: sádico con sus esclavos; implacable con su hijo Rodrigo, aquejado por problemas congénitos en sus piernas; indiferente con Doña Mercedes, su mujer, devota de la Virgen. La película arranca con una escena de azotes en la que el patrón intenta dar una lección no sólo a sus siervos, sino también al pequeño Rodrigo, a quien considera débil a causa de su salud, pero también porque se rebaja a hacer amistad con ese chico negro que ahora es el blanco de los latigazos. Rodrigo será enviado por su madre a la ciudad, para tratar su dolencia y a la vez alejarlo de la figura nefasta de su padre. Cuando regrese 15 años después como un hombre casado, ya no quedarán esclavos en la finca, pero su padre seguirá siendo el mismo ser perverso.
Fluctuando en el tiempo, el film cuenta los abusos de los que Güiraldes hizo objeto a Ofelia, su esclava más bella, pero también como aquel pasado resurge de manera fantasmal con la vuelta de Rodrigo, para cobrarse no una sino muchas venganzas. Tanto la reconstrucción de época como el trabajo puntilloso de arte en Los inocentes merecen destacarse. Sin embargo pierde el balance en la disparidad no tanto de registros actorales, porque la labor del elenco es buena, como de registros vocales. Lejos de reconocerse una labor orgánica en el diseño de un castellano que responda al imaginario del siglo XIX, por un lado Sabrina Garciarena o Ludovico Di Santo intentan hablar un argentino a la antigua, y por el otro Lito Cruz, quien nunca se aleja demasiado de un tono de porteño contemporáneo. En cuanto al uso de los recursos del género, Brunetti logra atmósferas ominosas y opresivas, cercanas a las viejas películas de zombies haitianos. Pero también abusa de ciertos lugares comunes, como las noches de tormenta, redondeando un trabajo con altibajos, pero que representa un aporte interesante al cine de terror hecho en Argentina.