Un armado elíptico y poco subrayado
Aunque la sinopsis de este film daría como resultado un compilado de fórmulas –encuentro entre dos distintos, una paciente terminal de HIV–, la directora logra que eso esté protagonizado por personajes que están más allá del mero vehículo dramático.
Una forma de zafar de las fórmulas de construcción dramática es dotarlas de verdad, “rellenando” esos moldes vacíos con algo que tenga cuerpo y volumen, que respire. Es lo que sucede con el reciente film indio Amor a la carta o, de modo espectacular, con Jersey Boys, donde Clint Eastwood reconvierte las fórmulas más remanidas en un film de singularidad total. Una sinopsis de Los insólitos peces-gato, ópera prima de la mexicana Claudia Sainte-Luce, que participó de la Competencia Latinoamericana en la última edición del Festival de Mar del Plata, daría por resultado un compilado de fórmulas. El encuentro entre distintos, que les cambia la vida a ambas partes. Que los dos (en este caso una chica y una familia entera) sean carentes y se completen mutuamente. Ni qué hablar de la presencia de una paciente terminal de HIV, peligro rojo de fórmula. Sin embargo, Saint-Luce logra, con ayuda de un ajustadísimo elenco, que todo eso esté protagonizado por personajes que están más allá del mero vehículo dramático.
Claudia es una chica retraída y solitaria, que vive en una suerte de sucucho o guarida y trabaja como promotora en la sección salchichas de un supermercado. Un ataque de apendicitis oportunamente inducido por el guión la pone en contacto con la paciente de la cama de al lado, Martha, señora de menos de 60 años que padece HIV, contagiado por uno de sus tres maridos (caso poco frecuente, sin duda). De sus sucesivos matrimonios, Martha tiene tres hijas y un varón, cuyas edades oscilan entre la pubertad y esa orilla de los 30, en los que a una mujer empieza a pesarle la falta de una pareja estable. Es el caso de la hija mayor, la que con más recelo asiste al progresivo “ingreso” de Claudia a la familia. Es que Martha es una señora tan bien predispuesta a ayudar a extraños en problemas como a cumplir la función de madre sustituta. Y es evidente que Claudia anda necesitando algo de calor de hogar. Tanto como Martha de una ayuda que sus cuatro hijos no siempre están en condiciones o con la voluntad de darle: correspondencias estratégicas de guión.
Con el lujo de una fotografía en manos de Agnès Godard, brazo derecho visual de la francesa Claire Denis, Saint-Luce (Veracruz, 1982) no fuerza conductas ni psicologías en sus personajes. Se limita a observarlos con atención, no yendo nunca más allá de lo que muestran. La más rotunda expresión de esto es Claudia, cuya extrema parquedad (tan frecuente en tantos protagonistas del cine latinoamericano) deja asomar poco más que lo visible. Hasta el punto de que recién en el último tercio de película se sabrá qué pasó con sus padres. Que tampoco es una revelación que le vaya a cambiar la vida a la película. Los insólitos peces-gato no busca el golpe dramático, el punto de torsión, los grandes cambios de rumbo. Sí cuida las dosificaciones, de un modo que habla del armado casi ajedrecístico del guión. El carácter indiscreto e intrusivo de una de las hijas de Martha se contrapone exactamente con el de la introvertidísima Claudia, así como su obesidad habla de unos problemas personales que contrastan con el entusiasta descubrimiento de la sexualidad por parte de sus hermanos menores. Ese descubrimiento funciona, a su vez, como contracara de los problemas con los hombres de la hermana mayor, y así sucesivamente. Por evidente que sea ese armado no deja de resultar, en tal caso, tan elíptico como poco subrayado.