Gran afano
Apologética antes que crítica, "Los Juegos del Hambre" se presenta como un eslabón más en la cadena de consumismo destinada a un público adolescente, y no tanto, que es incapaz de analizar ni mucho menos cuestionar lo que se le ofrece. La propuesta llega por lo menos diez años tarde de lo que fue el furor mundial por "Big Brother", show televisivo creado en Holanda en el que hace base esta historia de una chica que debe participar en un show donde 24 participantes deben eliminarse -matarse- entre ellos. Cada uno de los jóvenes pertenecen a un distrito excluido del resto de una nación que decidió castigar a aquellos que se rebelaron al sistema creando este programa siniestro. Pero nada tiene demasiado fundamento, el director prefirió obviar las explicaciones y pasar directamente a la acción. Así ignoramos por qué los habitantes de los distritos segregados parecen personas comunes mientras los habitantes del capitolio parecen salidos de un dibujo animado; por qué algunos distritos se preparan para esta batalla y otros no, etc.
Para peor, la propia lógica del filme es manipulada de la misma manera que los personajes manipulan el show; manipulación que la protagonista en su inicial estado de "pureza" repudia pero que luego aprende a utilizar en una clara muestra de resignación y asimilación por parte del sistema.
La exclusión por parte de iguales, haciendo el trabajo sucio que el poder delega en los participantes que hacen del culto al ego una religión, es desde hace tiempo moneda corriente en el modelo televisivo mundial. Como parte de ese modelo, esta película es una cáscara vacía de contenido que expone como un mero entretenimiento aquello de que de por sí plantea dilemas más profundos.
Estamos ante un pastiche logrado al mezclar algo de la secesión, con un toque nazismo y varios sinsentidos que el director nunca se opupa de justificar siquiera. Más allá del tedio que povocan varias escenas, ni las de acción valen destacarse dado que están presentadas de manera confusa para evitar que sean explícitas y consecuentemente conseguir la calificación necesaria para llegar al público menor de 18 años.
Si "Live!" -aquel controversial filme protagonizado por Eva Mendes- contenía una propuesta de show llevada al extremo, donde los participantes jugaban una ruleta rusa en tv; al menos proponía abiertamente un debate acerca de los límites en los medios y hasta donde era capaz el ser humano de exponerse por un minuto de fama y la posibilidad de ganar dinero. Más darwiniana y llena de matices que "Los Juegos del Hambre" no tiene, la japonesa "Battle Royale", con Takeshi Kitano, presentaba a la competencia que el filme que nos ocupa copió flagrantemente, como una denuncia social al tiempo que parodiaba al extremo lo que en el 2000 era una moda televisiva.
Una vez más, una crítica cinematográfica irá en contra de la taquilla. "Los Juegos del Hambre" seguramente tendrá sus secuelas en la pantalla merced a una buena recaudación. Eso habla sin dudas del triunfo de una ideología, la de la cosificación del individuo, que ya ganó terreno en nuestra cotidianeidad y que esta película promociona sin tapujos.