Violencia aligerada para todo público
En el futuro, EE.UU. se llama Panem, estado totalitario dividido en doce distritos. La frágil estabilidad social se consigue mediante una competencia consistente en que una pareja de adolescentes elegidos por sorteo en cada distrito se enfrenten a muerte en una justa televisada en directo hasta que sólo quede uno vivo.
Esta es la premisa de una trilogía de novelas futuristas de Suzanne Collins, marketineadas para lectores adolescentes. Empezando por «Rollerball» de Norman Jewison, y la producción de Roger Corman «Deathrace 2000» (ambas de 1975), no es nueva la idea de un futuro totalitario con algún deporte sangriento televisado como un show, que sirve de pan y circo para mantener el statu quo social. Incluso, si se busca una película donde en el futuro, un grupo de adolescentes son obligados por el gobierno a matarse unos a otros hasta que sólo sobreviva un ganador, esa película es «Batalla Real», obra maestra de Kinji Fukasaku inédita en los Estados Unidos durante doce años, hasta su lanzamiento en DVD hace dos días, todo gracias a «Los juegos del hambre», franquicia que podría reemplazar a «Harry Potter» o «Crepúsculo».
Más allá de la falta de originalidad o la ausencia de un concepto que le dé coherencia a todo el argumento, el problema está en la adaptacion: no tiene sentido filmar una historia sobre crueles combates a muerte entre adolescentes, si luego cada uno de los climax dramáticos y necesariamente violentos se disuelven para que cada momento culminante termine siendo lo más apto para todo público posible. Pero no sólo la violencia sobre la que se basa todo el asunto está suavizada: todo apunte de interés que tenga que ver con la interacción entre estos gladiadores teenagers del futuro tampoco aparece más que en su mínima expresión.
Las alianzas y juegos de poder entre los combatientes se acercan deliberadamente a «El señor de las moscas» de William Golding, (gran película de Peter Brook), sin atreverse a nada parecido. Ni hablar del romance y el erotismo que aparecen tan aligerados como para no provocar nada, lo que no ayuda a darle química a los dos «tributos» del distrito 12, Jennifer Lawrence y Josh Hutcherson.
Son los personajes secundarios ajenos al combate, como Woody Harrelson (el tutor del dúo estelar) o un sorprendente asesor de imagen, Lenny Kravitz, los que ayudan a sostener el film aportando algo de ironía y humor negro. Sobre todo Stanley Tucci, en su personaje de conductor del sangriento reality show de la TV del futuro, uno de los pocos elementos que permiten al espectador conectaerse con esta distopía llena de peinados raros (el azul está de moda) y excelente música del mañana provista por T-Bone Burnett.