"La lección del día es: mátense los unos a los otros hasta que quede solo uno. Nada va en contra de las reglas"
(Kitano, Battle Royale, 2000)
Una competencia mediatizada de vida o muerte ocupa la totalidad de las vidas de los distritos en los que se divide la nación de Panem. De igual forma, The Hunger Games nace y se extingue inmersa en aquel evento que le da título, ningún fragmento de la película escapa a él, y curiosamente son los Juegos del Hambre en sí el aspecto menos logrado de la realización. Battle Royale, enorme film de Kinji Fukasaku ambientado en un distópico Japón, marcará en ese sentido el rumbo de cualquier producción en la que jóvenes sean forzados a matarse entre sí en búsqueda de solo un sobreviviente, en el marco de un juego controlado por una fuerza autoritaria.
Gary Ross tiene éxito en aquello de lo que la película japonesa no se ocupa por ser algo previo, el desarrollo del mundo nuevo y de los personajes antes de convertirse en las piezas asesinas de un tablero. De esta forma, si bien no se perciben tanto los valores profundos y la filosofía que por ejemplo están presentes en el film del 2000, hay una idea de revolución que puede plantearse con lo que se excede la mera supervivencia. El buen trabajo de los guionistas permite que la historia se conduzca con fluidez, sin dejar espacio a la interpretación y profundizando en cada etapa del desarrollo. Desde la presentación de la miseria y el hambre que se padece en el Distrito 12 hasta el lujo y el confort en los días previos a la masacre, el arco narrativo no da cuenta de fricciones y se hace disfrutable. Esta es también la etapa de mayor ritmo, el cual, por extraño que pueda parecer, comienza a mermar en las escenas dentro de la arena, las que deberían ser de mayor voltaje.
En materia de actuaciones, cuenta con una Jennifer Lawrence que atraviesa un gran momento, con personajes complejos que maneja a la perfección, así como renombrados secundarios entre los que se cuentan Woody Harrelson, que desde el 2009 está acertando con todos sus papeles, Stanley Tucci, que da en el tono justo para ser el conductor del espectáculo de la muerte, y Donald Sutherland, con muy poca presencia en pantalla pero la suficiente como para transmitir frialdad con solo una mirada. A esto hay que sumar los logros respecto al estilo, en contraste a las manchas de carbón toda una ciudad cargada de glamour y purpurina, una sociedad convertida en diablo que viste a la moda, así como los propios de la dirección, con rápidos cortes y movimientos de cámara.
Estos puntos a favor no logran soslayar el efecto negativo que se producirá en el transcurso de los juegos, con menor potencia de la necesaria pero a la vez con mayor honestidad que otros productos en torno a sangre y muerte, elementos negativos que trascenderán los límites de la película para situarse como fallas propias del libro original. No es la mano macabra de la autoridad del Capitolio la que queda en evidencia como controladora de los destinos de los participantes, sino la de su autora, quien recurre en repetidas oportunidades al camino más sencillo para evitar cualquier atisbo de complicación. La simple premisa de la competencia y de la novela en general, "entran 24, sale uno", es traicionada abiertamente en pos de facilitar una vía de escape al "enredo" de la escritora y favorecer el desarrollo de una nueva saga de amor adolescente, flagelo similar al que tuvo la pobre I Am Number Four. Del mismo modo es que se fuerzan situaciones o secuencias de combate en las que los buenos nunca se ensucian las manos, no por elecciones morales como en el caso de Battle Royale, sino por el solo hecho de que "la suerte está siempre de su lado". Y en este caso la suerte se llama Suzanne Collins, y necesita vender una trilogía.