Esta es una película que pertenece al género fantástico: propone una historia donde los jóvenes deben luchar, literalmente, por sus vidas. La carnicería forma parte de un reality televisado a todo el país, para mantener a la población dócil aunque esté muriendo de hambre. Los lobotomizadores son los dueños del juego, y los mismísimos ocupantes de la Capital. Es como si la dirección de arte intentara sintonizar alguna película distópica de Terry Gilliam. De hecho, hay mucho de otras películas en Los Juegos del Hambre: la más obvia es la referencia a Batalla Real (2000, de Kinji Fukasaku), cuya premisa es casi la misma pero la ejecución es completamente diferente.
No se necesitaba ser un gurú de la taquilla para adivinar cuál iba a ser el éxito sucesor de los huecos que dejaron las franquicias literarias como Harry Potter o Crepúsculo. Los Juegos del Hambre, como las dos mencionadas, tiene algo para todos y trata de no ofender a nadie, como sucede con este tipo de superproducciones de Hollywood. Eso no está bien ni mal, pero explica -en parte- la razón de su triunfo. Los demócratas ven a este film como una parábola donde los malos representan a la derecha más belicosa y avara de Estados Unidos. Y los republicanos se ven a sí mismos como los jóvenes que desafían a un sistema corrupto y negligente como el que dirige el engañoso personaje de Donald Shuterland (el presidente Snow, con una barba tan blanca y celestial como el nombre indica).
Jennifer Lawrence es la joven heroína de esta película. Es una actriz de verdad: puede emocionarnos momentos antes de entrar a la arena de gladiadores y también en la arena de gladiadores. Faltaría que empiece a gritar si estamos entretenidos. Es una criatura indefensa y marginada, sin llegar a un personaje tan extremo como en Lazos de Sangre (Winter's Bone, 2010) que podría ser una suerte de Los Juegos del Hambre real y diez veces más terrible. En aquella película ella tenía que usar un rifle viejo y anticuado para matar ardillas y así alimentarse. Aquí tiene que usar el ingenio y el arco y la flecha si quiere salir con vida. Se complementa con Josh Hutcherson, una verdadera revelación para quien no haya visto Mi Familia (The Kids Are All Right, 2010). Los dos tienen química y hacen creíbles sus personajes. Como los actores secundarios (entre los que destacamos principalmente a Wes Bentley, Woody Harrelson y Stanley Tucci como un presentador que se roba las escenas en las que aparece) su trabajo es excelso y casi irreprochable. Aunque muchos sean personajes de stock, principalmente algunos de los involucrados en los juegos. Lamentablemente la película nos pide que nos involucremos sentimentalmente con ellos cuando no son más que meros estereotipos. Además: si cada vez que alguien muere se escucha una explosión y aparece una identificación en el cielo: ¿cómo un personaje puede desesperarse cuando alguien muere? ¿no sabe que a los pocos segundos verá su cara en las nubes?
Gary Ross (el director de Alma de Héroes, es linda película sobre un jockey, un caballo y la industria automotriz) y salva a esta primera instancia de ser una floja adaptación literaria como la saga de Crepúsculo. Dirige bien a los actores y nos da una idea clara de lo que está pasando. Pero no sabe cómo filmar la acción o bien -órdenes de productores mediante- se abstiene de mostrar demasiado para evitar una calificación para mayores que restrinja a la potencial audiencia. Muchas de las secuencias dentro de los juegos propiamente dichos son incomprensibles. Seguro, podría hacer uso de la vieja enseñanza de Hitchcock (decía, básicamente, que las peleas sin ayuda del montaje eran aburridas) pero en esta época se trata más de complicadas y bellas coreografías. Sin contar demasiado, el grand finale del tercer acto no está a la altura de las expectativas: y después de dos horas y casi veinte minutos, merecíamos algo mejor que perros hechos por unos y ceros envueltos en las convenientes sombras de la noche.
Los Juegos del Hambre no resiste a las comparaciones con la mayoría de las películas aquí citadas, pero es una película sólida. El elenco debería ser suficiente para que cualquier excéptico le de una oportunidad. No hay demasiada violencia, no hay escenas de sexo, no hay nada que pueda ofender a nadie y propone ideas que ya han sido aceptadas por el sentido común, como que un reality show es destructivo y no tiene nada de civilizado. No está mal, pero aún así sigue siendo una versión light de lo que podría haber sido -o no, nunca lo sabremos- una gran película.