Le siguen robando a Kurosawa
Hace un par de días, le comentaba a mi buen amigo y crítico Alejandro Ricagno que después de ver French Can Can en Les Avant Premiéres, me parecía insultante que haya personas que veneren como obra maestra la versión de Moulin Rouge de Baz Luhrman. Alejandro me respondió: “Habría que encerrar 72 Hs a esas personas en una sala y mostrarles esta película y la versión de John Huston una y otra vez hasta que comprendan lo que de verdad es el cine”.
No pensé que en menos de 24 horas, volvería a pensar lo mismo de otra película.
Todo empezó con La Fortaleza Oculta (1958) de Akira Kurosawa. Una épica obra de aventura y acción con samurais, donde un caza recompensas marginal debía rescatar a una princesa de las manos de un emperador déspota.
Un gran cinéfilo de la generación de los ’60/’70 de la nueva camada de niños genios de Hollywood, agarró el guión de esa película y la convirtió en una pequeña obra de ciencia ficción, que transformó la historia del cine contemporánea gracias a sus efectos especiales, y el carácter mítico que se construyó dentro y fuera de la diéresis del film. Por supuesto, hablo de La Guerra de las Galaxias (la original, la mejor) de George Lucas.
Después de dos secuelas maravillosas y tres precuelas decepcionantes (con respecto a la original saga), llega a los cines la adaptación cinematográfica de la novela de Suzanne Collins, Los Juegos del Hambre de la mano de Gary Ross.
¿Qué tiene que ver La Guerra de las Galaxias con Los Juegos del Hambre? Nada… y todo.
La historia se sitúa hace mucho tiempo (en el pasado o en el futuro), en algún lugar lejano. La estética retrofuturista y el hecho de que ningún sitio que se nombre existe, así como que los nombres de los personajes son completamente ficticios permite que pensemos que toda la acción puede pasar en otro planeta, otra dimensión, acaso.
Al igual que en la película de Lucas de 1977, la historia ha comenzado hace mucho tiempo. Hubo una rebelión contra el imperialismo que fracasó, y por lo tanto, para castigar a los rebeldes cada año se celebran Los Juegos del Hambre, algo así como las olimpiadas, donde 24 chicos de 12 distritos se deben matar unos a otros como forma de tributo, y a la vez para recordar que no debe haber más rebeliones, pero también para dar una mínima esperanza de supervivencia. Son 74 juegos del hambre, por lo tanto, hace 74 años que el mundo está así.
La cuestión que lo que empezó a ser un castigo se convirtió en pan y circo, y se gana mucho dinero a través de un reality show, donde se apuesta que adolescente va a ser el vencedor. En este sentido, el libro y la obra de Ross se separa de la de Lucas. Sin embargo, es imposible dejar de relacionar una obra mítica con la otra, especialmente, porque empieza con una introducción con letras blancas que ponen al espectador al tanto de lo sucedido (como Flash Gordon), porque el gobierno (el imperio) sigue siendo el villano, y porque la frase que acompaña a los juegos es: “que la suerte esté de tu lado”. Vamos… Collins, podías ser menos obvia…
Y así se van filtrando referencias, algunas sutiles y otras más obvias La Guerra de las Galaxias. Esto no quita, claro que independientemente de esto, sea una obra interesante. Bueno, no lo es. El principio promete, Ross con cámara al hombro se dedica a hacer planos muy cerrados de sus personajes, dando una impronta casi independiente. Vemos a Jennifer Lawrence en una cabaña cuidando a su madre y hermana, filmada de esta manera, e incluso podemos imaginar que se trata de la secuela de Lazos de Sangre. Sin embargo, después, cuando comienzan los juegos y vemos como se construye el gobierno de El Capitolio, Ross elige símbolos propios del nazismo para representación visual: el logo es un águila erguida, los policías marchan como soldados alemanes (pero visten como los guardias de THX 1138, otro robo a Lucas) y los chicos que esperan para no ser elegidos para representar al Distrito 12 en los Juegos… parecen sacados de campos de concentración. ¿Hacía falta ser tan obvios? O sea, se nota a la legua que es un gobierno totalitario, pero tiene que parecerse tanto al nazismo. No pueden ser más sutiles o imaginativos.
No, a Los Juegos del Hambre le sobre mucho, pero la falta de imaginación es alarmante. No me voy a molestar en hacer la comparación con Battle Royal, porque es tan obvio que lo nombraron todos los medios. La figura de los comentarista del reality show (a cargo de dos desaprovechados Stanley Tucci y Toby Jones) es similar a la del periodista que narraba la vida de Truman en The Truman Show. Y la alegoría polítca-apocalíptica sumada a un deporte ya se hizo en Rollerball y Carrera contra la Muerte.
Innovador es que hayan elegido a una heroína fuerte, fría y valiente, y el muchachito sea un cobarde, romántico, cursi. Y hay que elogiar a Ross por seleccionar a Jennifer Lawrence, que se toma en serio a su personaje, consagrándose como una actriz sólida y verosimil. Expresiva con pocos gestos. No se puede decir lo mismo de Josh Hutcherson, que es menos creíble que Schwarzeneger como gobernador. El resto del elenco deja mucho que desear. Donald Sutherland como el presidente (una suerte de emperador de La Guerra de las Galaxias) promete tener un mejor rol en las secuelas. Elizabeth Banks hace lo que puede con su personaje surrealista, Woody Harrelson parece que creyó que estaba haciendo la secuela de Kingpin, Lenny Kravitz intenta actuar y solo se salva por unos minutos la joven Isabelle Fuhrman (la maravillosa protagonista de La Huérfana).
Más allá del argumento risible, de las variadas influencias que intenta oculta de manera muy pobre, de los personajes unidimensionales, se le puede atribuir a Gary Ross, que al menos logra generar buenos climas de suspenso, y el ritmo del film es acelerado. No se notan los 142 minutos, aún cuando hay escenas románticas patéticas, completamente incoherentes con el resto del argumento. Si el film aburre es un pecado, dijo alguna vez Steven Spielberg sino me equivoco. Bueno, Los Juegos del Hambre no aburre al menos.
Ross por otro lado intenta generar puntos de contacto entre su ópera prima, Amor en Colores y Los Juegos… Tenemos una pareja de jóvenes que ante un mundo con demasiadas reglas, desafían a los poderosos, haciendo valer su “amor” antes que las convenciones. Ambos pasan de un mundo real a uno imaginario, son seres marginales, pero que hacen valer su estatus social. Y ahí se acaban las similitudes. De la misma manera en que desaparecen los planos cerrados cuando empiezan los juegos, la autoría de Ross, queda completamente anulada. Tampoco que Amor en Colores sea una obra maestra, pero se podría haber esperado un producto menos planeado, menos superficial de parte de un realizador/guionista que busca diferenciarse en Hollywood, aun cuando revalidad el cine clásico de los años ’40 y ’50.
Si Los Juegos del Hambre se quiere convertir en la nueva versión de La Guerra de las Galaxias, los productores y realizadores deberían aprender que no fue solamente la mitología alrededor de la historia, los efectos especiales o la aventura lo que hicieron exitosas a la saga de George Lucas, sino también el carisma de sus personajes, la química entre los actores, la falta de escrúpulos a la hora de citar a las obras de Michael Curtiz, Fritz Lang o Akira Kurosawa. En vez de querer crear otra saga de Harry Potter o de Crepúsculo inspirándose en fríos modelos contemporáneos, miren los seriales de los años ’30. No oculten el espíritu clase B.
Pero los adolescentes compran y se fanatizan. Corren a las salas con los nombres de los personajes tatuados en la frente (los vi después de la película). A todos ellos habría que encerrarlos, por lo menos 15 horas seguidas, y mostrarles las 6 películas de las aventuras de Anakin y Luke Skywalker, una detrás de otra. Así, por lo menos van a comprender, que Los Juegos del Hambre no es ni más ni menos que una pobre remake, (con obvias referencias a los documentales de Leni Riefenthal), de otra mítica saga, que no merece, por ahora ser actualizada.
Concluyo esta “crítica” con un mensaje para los pobres padres que deban acompañar a sus hijos a las salas: “Que la Fuerza los Acompañe”.