El oro y el barro
Logrado cruce de ficción y documental, sobre tres mujeres que hacen asistencia social en el litoral.
Los labios , acaso el filme menos “extraño” de Santiago Loza -en este caso en dirección conjunta con Iván Fund-, es un filme bastante extraño. No por ser críptico, como otros trabajos del director de Extraño , Cuatro mujeres descalzas , Artico y La invención de la carne , sino por estar concebido como un cruce delicadísimo de ficción y documental. La idea no es novedosa: sí el resultado, que arrastra al espectador, con profunda naturalidad, en un viaje por las relaciones y las necesidades humanas.
Al comienzo de Los labios , tres mujeres que no se conocen viajan en micro a través de la noche. Luego sabremos que su destino es una barriada pobre en el litoral, donde ellas asistirán y sobre todo le darán la palabra a gente marginada. La primera sorpresa -para el espectador y para ellas- es que el Estado las hospeda, si se le puede llamar así, en un hospital en ruinas, que está siendo demolido.
A través de una puesta bella y precisa, y de un guión tan claro como flexible, los realizadores combinan el trabajo de las tres actrices (brillantes Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez, premiadas en Cannes) con el de pobladores de la zona, que cuentan sus historias o las inventan. Imposible saber qué es ficción y qué realidad: tal vez, en esa interacción basada en una improvisación con rumbo, los protagonistas no tengan (ni necesiten tener) una respuesta.
Lo cierto es que, debajo de su barniz de simpleza, la película llega a distintas capas emocionales sin apelar a bajadas de línea, golpes bajos ni pedagogías.
Los labios tampoco condesciende a la miserabilidad ni el tremendismo: cada persona humilde responde desde la contundente naturalidad de su vida cotidiana. El efecto sobre las tres protagonistas, y la creación de vínculos entre ellas, y entre ellas su entorno, funciona a través de gestos, de actitudes mudas: acierto de la dirección y de las intérpretes.
Los labios tiene además una dolorosa belleza, y peso artístico y antropológico, sin lastres ni subrayados. En la última parte, cuando la historia aparenta tener alguna derivación sociológica, los directores optan por la catarsis de las mujeres: por mostrar el modo en que las tres se van fundiendo, cada una a su manera, con su entorno. Ya no son, ya no podrían ser, una otredad: “las asistentes”. Luminosamente, ya son parte del barro.