A 81 años de su nacimiento como chiste gráfico en The New Yorker y 55 de su debut como serie televisiva, Los locos Addams tienen su primer largometraje de animación. Si la trama del programa -que sólo duró dos temporadas, con 64 episodios de media hora- siempre consistía en leves variaciones alrededor del choque cultural entre la gente “normal” y la idiosincrasia tenebrosa de la familia, la premisa de esta película es avanzar un poco más en esa dirección.
Ahora los Addams son directamente perseguidos. Y no sólo los ocho miembros de la familia que todos conocemos: también otros parientes lejanos del mismo apellido sufren el rechazo de turbas de “normales” armados con antorchas, catapultas y horquetas. Deben huir una y otra vez, hasta que Homero, Morticia y compañía recalan en una mansión abandonada que solía funcionar como neuropsiquiátrico en Nueva Jersey (un guiño al lugar donde se crió Charles Addams, el padre de las criaturas).
Lo mejor de esta reencarnación de los Addams está en esa primera parte, que va presentando a cada uno de los personajes y rescata algo del espíritu de comedia negra que le conocimos a la serie. En esos momentos aparece algo del terror tierno y la alegría lúgubre que convirtieron a Los locos Addams en un ícono cultural reverenciado por los Tim Burton del mundo.