Un pequeño lujo para la comedia local
Aunque la historia de los dos hermanos que no se hablan desde hace tiempo y vuelven a reunirse parece trillada, en manos de la directora de Una novia errante se convierte en algo extraño, punzante y por momentos perturbador.
Antes de la reseña crítica, un par de acotaciones pertinentes. El nuevo largometraje de Ana Katz posiblemente sea –desde el estreno de El aura, allá por el año 2005– la película nacional y popular menos previsible, más extraña para los cánones del cine con aspiraciones masivas. Una mirada al afiche publicitario de Los Marziano permite prefigurar un relato familiar marcado por los estereotipos, costumbrista al extremo, una de esas extensiones televisivas arrastra-público donde la calidad cinematográfica suele ser la última de las preocupaciones. La presencia de exitosas figuras catódicas, particularmente la de Guillermo Francella, y un título que conjura el grotesco apoyan esa sensación de producto para el use y tire. La cola publicitaria que puede verse por estos días en la tevé, amparada en un recorte de escenas puntuales del film, no haría más que confirmarlo. Los primeros minutos de proyección de Los Marziano acaban rápidamente con los prejuicios enunciados y, en ese sentido, vale la pena preguntarse cómo será el funcionamiento comercial de una película que encontrará a una parte importante del público ante algo muy diferente a lo esperado.
Juan Marziano (Francella) es un perdedor nato, un tipo que apenas puede mantenerse económicamente. Separado de su mujer, ve cómo la relación con su hija comienza a deteriorarse lentamente; su orgullo es una caja repleta de incontables cassettes que recorren una larga trayectoria en radios zonales del interior del país. Al comienzo de la historia queda claro que Juan está enfermo, tal vez de cierta gravedad: no puede leer, le resulta imposible hacer sentido de las letras impresas, comienza a llevarse por delante postes de luz, personas y otros elementos contundentes. Su hermano Luis (Arturo Puig), en cambio, ha tenido una exitosa vida profesional y vive en un country en las afueras de Buenos Aires junto a su esposa Nena (Mercedes Morán). Pero su vida dista de ser ideal, y basta que un extraño accidente ocurra dentro de las paredes del barrio cerrado (¡alguien anda haciendo pozos en el campo de golf!) para que su psiquis comience a demostrar a propios y ajenos la angustia existencial que lo aguijonea. La tercera Marziano, Delfina (Rita Cortese), es el nexo entre ambos, la persona que intenta resolver el problema médico de Juan y acercar a ambos hermanos utilizando toda clase de estratagemas.
El procedimiento que opera en el centro de Los Marziano, como ocurría en menor medida en los films anteriores de la realizadora –El juego de la silla y Una novia errante– es la usurpación de un territorio para su posterior desmantelamiento. Aquí la comedia de costumbres es reducida a su mínima expresión, transformada en un polvillo que flota a lo largo del metraje sin llegar a depositarse y formar capa. La historia de los dos hermanos que no se hablan desde hace tiempo y de cómo vuelven a reunirse gracias al esfuerzo de otros miembros de la familia es un punto de partida transitado, de fórmula, pero en manos de Katz se transforma en otra cosa, en algo extraño, punzante y por momentos perturbador.
Los Marziano es una comedia con varios niveles de sordina, áspera y algo amarga, de un humor que no convoca a la risa. Una escena que aparece recortada en los avances grafica esta idea a la perfección: Francella atraviesa una puerta de vidrio con su cuerpo, rompiéndola en mil pedazos, ante la estupefacta reacción de un centenar de personas presentes en el lugar. Un momento de comedia física pura y dura, de un slapstick casi primitivo, se transforma en el contexto del relato en uno de los momentos más incómodos del film. El humor reconvertido en otra cosa.
Como en algunas películas de Wes Anderson, particularmente Los excéntricos Tenenbaum, la tristeza que destilan los desencuentros familiares de los Marziano permite una extraña empatía, donde la identificación absoluta con los personajes parece imposible pero es, paradójicamente, inmediata. La amabilidad con la que el film retrata a los personajes no deja lugar al cinismo. Escrito a cuatro manos junto a su hermano Daniel, el guión de Ana Katz estructura metódicamente el ritmo de los diálogos, los movimientos de los actores, sus respuestas físicas y verbales, de manera tal que cada escena se resuelva de manera ligeramente excéntrica, sin énfasis, inesperada, no tanto por los hechos en sí mismos sino por los detalles y las tonalidades logradas a partir de ellos. Es cierto que, en algunos pasajes, ese método se hace evidente y comienza a verse algo forzado, a evidenciarse como estructura, pero en gran medida queda oculto detrás del ritmo propio de la historia. No es menor el apoyo de un cuarteto actoral que nunca desentona (Francella está notablemente contenido, a Puig nunca se lo vio tan ajado y caracúlico) y un set de personajes secundarios que, en la mejor tradición de la comedia clásica, ayuda a que se mantengan las órbitas centrales sin alterar el centro de gravitación. Para el mainstream argentino, Los Marziano es un pequeño lujo.