“Los Marziano” representa un desafío para el cine argentino actual. Por una parte, es una comedia de costumbres con actores televisivos. Por el otro, es un film muy personal, con una comicidad muy sutil, nada estridente, que aparece más en el recuerdo de la película que en el acto mismo de verla. Es una película de Ana Katz, que siempre ha mostrado –en “El juego de la silla”, en “Una novia errante”– que las relaciones familiares pueden desbordar de amor pero también de incomodidad: después de todo, no elegimos a padres y hermanos. Aquí la historia es la de tres hermanos: uno de ellos –Puig– es un profesional exitoso que vive en un country y sufre un accidente absurdo; otro –Francella– es un soñador laboralmente inestable que sufre una rara enfermedad; la tercera –Cortese– es el nexo entre los dos, la señora de gran voluntad, a veces un tábano, a veces una mariposa. Entre ellos, Nena –Morán–, la mujer de Puig en la ficción, que oculta tras sus modos de señora de country a un ser lleno de cariño por los demás. Porque “Los Marziano” es una historia de amor, o sobre lo que es el amor en la familia. ¿Es sostener económicamente a los otros, es ayudarlos, es poder enojarse sin dejar de querer o que nos quieran? Es todo eso y, con una enorme inteligencia, Katz logra ponerlo en la pantalla. Los actores, todos, están perfectos y logran dejar de lado cualquier tic, cualquier costumbre forjada en años de pantalla chica para ponerse al servicio de esa lupa de corazones que es el cine.