Una familia que claramente no es de otro planeta
Ana Katz abandona el tono independiente de sus dos primeras obras "El juego de la silla" y "Una novia errante" para ponerse frente a la conducción de un elenco de primeras figuras para su nueva comedia: "Los Marziano", una historia que impensadamente, se opone deliberadamente al apellido.
Si bien desde el título se alude a una familia de otro planeta, la pintura de Katz es de una familia con los conflictos propios que se tejen en cualquier familia que se precie de tal. Y entonces, contrariamente a lo pensado, la familia Marziano tiene la disfuncionalidad normal que opera en toda familia y se nutre de los rencores y las rivalidades más comunmente visitadas en las relaciones entre hermanos.
Para contarnos esta historia, si bien se aleja del perfil de comedia costumbrista, abandona la identidad propia que tenía en sus films anteriores y queda navegando entre esas dos aguas: ni es un porducto típicamente mainstream con estrellas conocidas por el público y con los resortes que suelen mostrarse en la comedia familiar para todos los públicos, ni logra darle una narrativa diferente como sí había impuesto su sello en "Una novia errante".
"Los Marziano" pone la lupa en el vinculo entre los dos hermanos que son tan diferentes como pueda ser posible, y justamente por esa oposición tan terminante es que a simple vista uno intuye que son, indudablemente, hermanos.
Por un lado nos presentan a Juan (Guillermo Francella), que es el bohemio de la familia, el "tiro al aire" que jamás terminó se sentar cabeza y que se pasea con su inmadurez a flor de piel. Una repentina pérdida de su capacidad de leer lo hace venir a Buenos Aires a recibir atención médica... y en este regreso sin gloria, intentará retomar algunos vínculos que ha dejado pendientes.
Aquí lo recibe Delfina (Rita Cortese), la hermana que ha quedado entre dos fuegos, su hermano Juan y su hermano Luis (Arturo Puig), un hombre asentado dentro de una clase media alta, afincado en un barrio cerrado y en las antípodas de la vida de Juan, con quien el reencuentro será postergado, pero finalmente inevitable.
Recelos de antaño se mezclan con deudas, olvidos, perdones nunca concedidos y resquemores de todo tipo que, sostenidos a lo largo del tiempo, crean quiebres y cuentas pendientes difíciles de recomponer.
Mientras Juan aparentemente pierde la posibilidad de leer -que Katz la encuentra sutilmente más ligada a la imposibilidad propia de este inmaduro de poder hacer cualquier "lectura" de las cosas-, Luis intenta develar qué hay detrás de unos pozos que aparecen en el country donde vive, alterando la tranquilidad de los vecinos y produciendo accidentes desagradables, justamente siendo él mismo, victima de uno de ellos.
Estos pozos que alteran tanto la quietud de la vida de Luis y su mundo de seguridades, distraen de la trama central y es uno de los puntos que el guión no logra incorporar armónicamente al resto de los temas propuestos.
Hay muchos momentos en los que no encuentra el tono adecuado y se percibe como un rumbo incierto y quedan algunos cabos sueltos en este pequeño compendio de situaciones y sucesos que componen una historia tan deshilvanada como pintoresca.
Pero como gran fortaleza, Katz cuenta con cuatro actores de lujo. Francella parece haber encontrado un registro que le sienta bien. Alejándose de su impronta de comedia televisiva, brinda un personaje con varios matices y fundamentalmente logra convencer en su fragilidad y en su "bohemia".
Arturo Puig, quizás sea al que le cueste más poder encontrar el tono necesario y no logre transmitir más claramente la personalidad de Luis, aunque también su trabajo sea interesante.
Hay un gran, enorme, lucimiento del elenco femenino con Mercedes Morán, en el papel de la esposa de Luis, quien logra contenerlo en el conflicto con su hermano y poner paños f´ríos a su obsesión con los pozos, mientras tiene sus destellos de frivolidad para pintar a un clase arquetípica de barrio cerrado.
Pero todos los laureles a nivel actuación se los lleva Rita Cortese, componiendo a Delfina, esa hermana que carga en sus espaldas todo el conflicto familiar, y brinda una criatura tan querible como eléctrica y con algunas escenas (como la de la clase de baile con miradas cómplices con Juan) que demuestran una vez más su enorme talento y su capacidad de transmitir con apenas algunas miradas y algunos gestos toda la ternura y comprensión de esa hermana que se encuentra "tironeada" en medio de dos opuestos complementarios.
Si bien los Marziano no son una familia de otro planeta sino bien argentina y con conflictos bien conocidos por todos, las actuaciones y la prolijidad técnica que tiene la historia, la transforman en un producto entretenido y que se deja ver, que hubiese tenido una impronta más acertada con algunos (cuantos) ajustes en el guión.