Después de tanta filosofía barata y zapatos de goma, uno se quiere quedar pero siempre se termina yendo. Quedarse en un equilibrio, reposando en él, porque aprendimos que ningún extremo es bueno, pero al instante, y como si fuera lo propio del ser humano, no se aguanta más y acabamos tomando del vaso de jugo que está más lleno, ofreciendo al otro el vaso que tiene la mitad. Claramente el equilibrio en la vida real no existe o, por lo menos, uno lo encuentra bastante efímero. Para contrarrestar ese desequilibrio de nuestro universo apelamos a mundos inmateriales como los del cine y, en gran parte, eso es lo que Ana Katz hace. En Los Marziano no vemos un drama pero tampoco una comedia, vemos una síntesis de ambos géneros en donde se transita lo tragicómico y la película orbita equilibrada entre los extremos. El tráiler pinta otra cosa, apuesta a un montaje que nos vende una comedia: Francella atravesando un vidrio nos hace reír o, al menos, esbozar una sonrisa. En la película, cuando Juan atraviesa el vidrio, la risa no es ni siquiera una posibilidad por lo denso de la coyuntura. Katz maneja con habilidad la ironía y le da buenos resultados: Delfina baila cual sex symbol con sobrepeso; Juan, que ama las palabras, sufre de afasia; Luis se muda a un country por seguridad y termina siendo víctima de algún psycho que gusta de cavar pozos por la noche, y así al infinito. La directora también se anima a una incipiente crítica del sistema de salud argentino en el que los médicos pecan por tener mal trato deshumanizando al paciente, siendo demasiado resolutivos o bien inalcanzables como el especialista retirado que da conferencias en francés inaccesibles tanto para Juan como para Delfina. Altamirano es el único médico comprometido e interesado por el paciente con la ética necesaria que su trabajo requiere.
Los actores de Katz son populares, hay que destacar que es con esta película con la cual la directora hace su entrada al circuito del mainstream. Sin embargo, los aprovecha asignándoles roles opuestos al prototipo que suelen representar. Sus personajes son como objetos, solo vemos lo fenoménico, sus acciones son lo único que podemos alcanzar. Paradójicamente, su falta de profundidad psicológica no los afecta sino que los hace más cercanos. Solamente en el final la cosa se opaca por encerrar un cliché, la visión reduccionista y rosada de que los protagonistas en el fondo, a pesar de sus conflictos varios, se aman y se ayudan. Otras películas actuales tomaron como eje la familia y una de ellas es Familia para armar, la cual presenta personajes con tanta complejidad evidenciada y pretensión edificante que estos terminan siendo títeres envueltos en un paquete, cerrados con un moño y listos para entregar a quien pague la entrada por verlos. Lo de Katz es más natural, el espectador es como un visitante transparente porque los personajes no van dirigidos hacia él sino que solo interactúan entre ellos, funcionan en relación al adentro y no al afuera. La cámara se mueve como acompañándolos, creando la ilusión de ser inexistente, los sigue por espacios abiertos, como la amplia ciudad con su mundanal ruido, o por el circuito cerrado del country donde prima el silencio.
Los Marziano viven en un planeta en el que Katz matiza las leyes de la convención, del género y del estereotipo, hecho inusual en el circuito masivo donde lo instituido difícilmente tiende a quebrarse sino que, por el contrario, se acata al pie de la letra como un reflejo condicionado.